Reflexiones

Querido Carlos Mañas

Querido Carlos, amigo:

La verdad es que no recuerdo la primera vez que nos conocimos. Como tampoco recuerdo que, la última vez que nos vimos, alguno de los dos pensara que ya no nos íbamos a ver más. Fue en Madrid, y me prometiste regalarme una cartera de mano igual que la que tú llevabas y en la que yo me había fijado, como tantas cosas tuyas que me servían de modelo e inspiración. Esa cartera, ahora lo sabemos los dos, se ha convertido en un símbolo de nuestra amistad. Pasa cuando alguien muy querido tiene la mala idea de irse. Además de la tristeza y el llanto, te queda la rabia por las cosas que no hemos podido hacer, por esa cartera que ahora ya no sé si existió, pero seguro que nos sirvió como excusa para decirnos a cada rato que teníamos que vernos pronto. Y a veces ese pronto ya llega demasiado tarde. Qué mierda.

Tus abrazos de oso bipolar, tus deseos siempre expresados de vernos pronto, tus agradecimientos por dejarte (así me lo decías) nadar en piscina grande. Ayer Betty, tu amor, me contestó a mi pésame con esa frase. “Gracias por permitirle nadar en piscina grande”. Y volví a llorar a chorros, cabrón. Ahí entendí eso de que alguien no desaparece del todo si se ha quedado algo de él dentro de ti.

Estabas siempre dos pasos por delante de los demás. En generosidad, en detalles, en uso del lenguaje y las metáforas, en hacernos ver lo invisible para poder acercarnos con un poco más de humanidad y ternura a las personas que sufren algún tipo de diagnóstico psiquiátrico. La fatiga de la ternura, que tú siempre decías. Hay tantas frases que son solo tuyas y las hemos hecho nuestras: sujetar la autoestima con chinchetas, nadar en piscina grande, dejar de hacer barcos con palillos, la fatiga de la ternura es de los padres, mi cabeza me hace trampas, cuando la tristeza no se llora y solo se medica. Y tantas otras. Yo me creí tu amistad, querido Carlos, y ahora tengo claro que eso no desaparecerá jamás. Tu amistad contada en las cosas que compartíamos: las risas, las quejas, los artistas que nos permitían agarrarnos a la cultura como tabla de salvación, los eventos en los que coincidíamos y las veces que pudiste acercarte a Fundación Manantial, que era tu casa. Pero a mí me queda la miseria de saber ahora, y sentir como nunca lo imaginaría, que no estuve a tu altura, querido Carlos, que tenía que haberte querido más y mejor.

Raúl Gómez. Director de los Recursos de Atención Social de Fundación Manantial

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