Reflexiones: el blog de Fundación Manantial

“Proyectos de educación popular”

Era una noche de verano, con el cielo estrellado y las hormonas flotando, tenía 16 años y estaba rodeada de “colegas”, algunos de los que más tarde se convertirían en amigos, otros desaparecerían dejando el recuerdo; muchos compartíamos una misma inquietud, un nudo en la garganta lleno de sueños, deseos, miedos, etc.  ¿Hacia dónde quiero dirigir mi vida? Y fue entonces cuando escuche esas dos palabras “Educación Social”. Nunca lo había escuchado, pero me dio un vuelco el corazón, dos palabras que sin saber su significado cobraron todo el sentido, me embaucaron. Sabía que quería dedicarme a las personas, era capaz de describir las tareas que quería realizar, pero no sabía cómo llegar a esa profesión, unos me decían “psicología”, me gustaba, pero bajo los conocimientos que podía tener entonces, había algo que me faltaba. ¿Trabajo Social? ¡maravilloso! Pero tampoco era eso. Quería estar en la cotidianidad de la persona, acompañándola en su desarrollo, quería hacer de esos pequeños detalles del día a día mis herramientas de trabajo, de la mirada, del vínculo, de los espacios, las calles como aulas y la utilización de la música, la literatura o el cine como vehículos de trasmisión cultural.

Hoy tengo 40 años y a veces me siento igual de perdida, mucho camino recorrido, integrando conocimiento para el ejercicio de esta profesión a la que amo. Continué mis estudios, mi intención era ofrecer todo cuanto pudiera a la profesión, pero eso ampliaba más mi confusión sobre “¿Quién soy yo?”. A educadora social se le sumaron antropóloga social y cultural, mediadora en conflictos, terapeuta familiar, etc. trabajando en diferentes ámbitos: menores, centros penitenciarios, mujer… cuanto más me buscaba, más parecía perderme, aunque siempre me identificaba con esas dos palabras, todo el esfuerzo era para ponerlo al servicio de la educación social y, por tanto, al servicio de la ciudadanía.

Así llegué a la Asociación Madrileña de Educadores Sociales (AMES) y juntas crecimos y nos convertimos en Colegio Profesional de Educadoras y Educadores Sociales de Madrid (CPEESM), del que formo parte de la Junta directiva desde hace 12 años, de forma voluntaria, al igual que todas mis compañeras/os. Tal y como revindicaba Freire, entendía la educación como un espacio de lucha social, quería impulsar el avance del desarrollo de la acción socioeducativa creando espacios para la reflexión y el debate, representar y defender sus intereses entendiéndolo como un derecho público al servicio de la ciudadanía, desarrollar la ética educativa a través del código deontológico y, en definitiva, colaborar en la transformación social.

Con todo ello, llego a la intervención dentro del ámbito de la salud mental, un ámbito con un recorrido histórico desde la psiquiatría, la psicología, la enfermería, etc. y en el que tengo que crear mi hueco; donde lo social está presente, pero no desarrollado; en un momento de autoevaluación de los profesionales, en donde las diversas disciplinas sienten la necesidad de abrir la mirada y se suman a la ampliación de herramientas, encaminándose hacia un enfoque de derechos, donde se empieza a entender la importancia de lo comunitario. Comienzo a intuir, que tal vez no sea importante poner nombres, ni etiquetas y creer en un trabajo transdisciplinar, al que defiendo, pero a su vez, veo y siento sobre mis hombros cómo todo está estructurado en base a disciplinas.

Me siento afortunada de formar parte de una entidad que apuesta por la profesionalidad y valora la necesidad de exigir un título, que me brinda la oportunidad de crear espacios de desarrollo de la educación social a través de los grupos de trabajo, que me ofrece formación específica y que se muestra deseosa de conocerme como figura profesional. No obstante, a veces, quizá por desconocimiento, siento una actitud crítica y la necesidad de justificarme, me siento obligada a presentarme cuando todavía sigo perdida en un mundo que no desea dejarme espacio, ni siquiera los pliegos de condiciones me contemplan como técnico, pero recuerdo las palabras de Freire:

“¿Cómo puedo educar sin estar envuelto en la comprensión crítica de mi propia búsqueda y sin respetar la búsqueda de los alumnos?”.   

Veo con alegría que todos mis conocimientos y lo que podría aportar desde la acción socioeducativa se va incluyendo en los centros; los espacios, que tanto me sorprendieron al entrar, pues me parecieron muertos, empiezan a ser integradores, comunitarios, a creerse que son espacios de todos/as, se empiezan a usar las asambleas para reflexionar sobre ellos y aumenta la formación acerca de metodología asamblearia, diálogo abierto, etc. Lo que me recuerda el concepto de Freire de Círculo de Cultura o la asamblea de Freinet y la forma de trabajar en las Escuelas Populares, donde siempre se ha trabajado desde una relación horizontal, donde la sabiduría se pone a disposición de la escucha, construyendo la intervención entre todos/as, creando una educación liberadora que dota de autonomía y que emancipa, revindicando la condición de sujeto. Conceptos de los movimientos pedagógicos de los años 60 y que se han integrado en la atención de la salud mental ya casi en el 2000. Este curso me ha llevado a preguntarme ¿Por qué los educadores sociales no creemos en nuestra propia valía profesional? Somos la disciplina mayoritaria dentro de la plantilla de los recursos, y nos situamos en una relación vertical dentro de los equipos, cuando hemos cogido aquellos conocimientos imprescindibles de la pedagogía, la sociología, la psicología y la antropología para tener un profesional que aúna dichas sapiencias, creando una manera especial de mirar al mundo y a la persona y situándose dentro de una relación genuina en la intervención social.

Me han señalado como aquel profesional que va con la flauta y me he sentido inferior, es cierto, que dentro de mi currículum encontramos cursos de animación de calle, he buscado formarme en teatro y en clown, he estado en grupos de samba, he aprendido a tocar la guitarra, me he formado en historia de la música, he leído sobre cine, sobre publicidad, inclusive. Os vais a reír, pero con 21 años, cuando mi abuela me dijo que me quería regalar algo por terminar la carrera, le pedí la colección de vídeos de un conocido programa infantil de manualidades. Todos esos conocimientos los utilizo día a día para la creación de materiales a la hora de intervenir, materiales que no son casuales ni inocentes, tal y como hemos visto en el curso en manos de Clara Martínez, Conxa Delgado y Jaume Martínez, quienes me han inspirado para escribir la reseña de esta manera atrevida, creando una narración personal como material de trabajo, tal y como lo han expresado en el curso.

Me despido recogiendo la frase de Jaume sobre la importancia de una relación pedagógica militante, animando a colegiarse a todos aquellos educadores/as sociales, para crear espacios de reflexión codo a codo en el arte del encuentro y luchar por nuestra figura; a su vez, me sumo en señalar la importancia de escribir.

Jaume nos pidió una canción, y no se me ocurre mejor forma de cerrar esta narración, que con música creada desde el cariño de la educación social.

Claudia Patricia de Miguel Bonet, Equipo de Apoyo Social Comunitario “Torrejón”

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