Reflexiones: el blog de Fundación Manantial

El amor: esa promesa que lo cambia todo

Alejandro Chévez

Coloquio presentado para las Jornadas “Hablemos de Amor”, Fundación Manantial /Universidad Rey Juan Carlos, Madrid. 02/2024

El amor es lo que se da “entre”

Mi primer amor se llamaba Valeria, tendríamos entre 7 y 8 años, aun viene a mi mente su visión tenaz. Recuerdo su sonrisa, sus ojos verdes y su pelo rubio casi blanco. Íbamos al cole pero también éramos vecinos. Recuerdo merendar en su casa y mirarla en el recreo, y de repente se fue, se esfumó para siempre con el silencio y el desdén con que los adultos tratan los sentimientos de los niños, nunca más supe de ella. Mi primer amor fue una promesa que nunca se cumplió.

Aún cada tanto pienso en ella ¿cómo habrá sido su vida?, ¿cómo será su cara arada con los surcos de los años y la experiencia? Su imagen perdura como una promesa que no se cumplió pero que internamente sigue abierta como un paréntesis abierto, dispuesto a presentarse venciendo el tiempo y la cordura, uniendo pasado y futuro en un solo nudo, en un solo momento infinito…

Olga Orozco (del poema “En el fondo, el sol”) nos regala este verso:

“Pero quizá ese tajo sea más bien promesa que amenaza:

tal vez quiera decir que no es una frontera,

un límite infranqueable entre mi ayer visible y mi mañana ciego,

sino sólo la marca de la unión entre la breve tierra y el reino prometido”.

El amor es lo que tensiona lo posible y lo imposible, lo divino y lo humano (como eros y psyche) “entre la breve tierra y el reino prometido”, como dice Olga Orozco.

En mi historia la promesa no se cumplió (de momento) pero aún así, es feliz (y triste), en tanto como promesa lanza una posibilidad al futuro capaz de sacarnos una sonrisa.

Por eso, el título de esta ponencia es El amor es esa promesa que lo cambia todo”, y lo primero quiero contaros es que el amor se da siempre: “entre”, entre tú y yo, entre uno y el otro y por lo tanto funda un vínculo. Nacemos, crecemos, amamos y morimos en vínculos. Como dice el sociólogo francés Pierre Bourdieu, “Lo real es relacional” (P. Bourdieu 2002), esto quiere decir que formamos parte de una trama vincular, no hay ser que no sea “entre”, no hay ser por fuera de esta trama.

A diferencia de otro tipo de afecciones como la tristeza, la ira o la alegría, cuando decimos “Te amo” nos ponemos frente a un afecto singular que nos enlaza al otro. Por eso descubrimos siempre el amor en el intercambio, en la interacción.

Al decir “Te amo”, me comprometo al tiempo que comprometo al que escucha, nos comprometemos con una promesa que inaugura en el mismo acto una espera. Compromiso no significa otra cosa que com-prometerse, prometerse-con. Como la espera de Penélope y Ulises en “La Odisea”, bello poema de Homero, que relata la historia épica de una promesa mantenida durante 20 años.

Os propongo pensar entonces, el amor como una promesa que nos compele a hacer algo con ella. Nos responsabiliza. Penélope, en este caso, no está comprometida con Ulises, sino con su propia promesa. Para ella, la espera de Ulises representa al propio Ulises, lo hace presente y por lo tanto existente en forma de ausencia, de hueco, donde el amor seria aquello que está por venir, como la armonía de un canto entretejido entre dos que esperan. Al decir de Mario Satz, “el amor, los amores constituyen un juego de dos solitarios que quieren cantar juntos” (M. Satz, 2015).

Para Friedrich Nietzsche la capacidad de prometerse es lo que nos hace humanos, nos saca de la animalidad. En su libro “Genealogía de la Moral” , la principal tarea del devenir humano es tornarse en un ser al que le sea “lícito hacer promesas” (F. Nietzsche, 1995). Esto es, ser capaz de hacerse responsable, soberano de sí mismo, en el tiempo, frente a un otro. La promesa instituye, por lo tanto, la vincularidad como la temporalidad.

Promissio, alude a una acción futura que se asegura desde el momento presente, o sea, una fijación del futuro, en que, por un lado, hay un proyectarse en el futuro y, por otro, un proyectar el futuro, por lo que está implicada la cuestión del tiempo. El amor como promesa, al introducir la cuestión del tiempo, requiere una resistencia al olvido, a aquello que conocemos como memoria, sin memoria no hay ni promesa ni amor.

Si el amor es una promesa y la promesa termina en el momento que se cumple, entonces el único amor verdadero es el amor imposible, el amor que está sujeto a una promesa inconcretable, no es que yo ceje en mi pasión, ceda en mi compromiso, sino que la característica fundamental de ese amor es que la promesa permanezca incumplida, como Valeria, permanezca siendo una promesa.

Podemos dibujar provisoriamente un boceto de tesis, que define al amor como una promesa que se sostiene entre lo posible y lo imposible, en tanto que, si es demasiado posible se cierra y muere, mientras que si es del todo imposible se vuelve desgarrador e insoportable.

¿Y si el amor lo cambia todo?

No somos iguales después de un “te amo”. La declaración de amor me cambia, pero es que el amor es cambio en sí. Pone algo nuevo allí donde no había nada, el amor es nacimiento, pero no es un nacimiento, sino que, como diría Jacobo Levy Moreno, el amor está siempre naciendo, en status nacendi, es siempre inconcluso, en cuanto concluye, muere (J.L. Moreno, 1993). El amor enlaza, pero el lazo debe fluir, si se hace nudo se aferra, aprieta y ahoga. Es mientras está siendo, ES un HA-CER. Nunca puedo saber todo del amor ya que es su propia condición ser parte en un movimiento de totalización que nunca se alcanza, una promesa incumplida. Por ello la palabra Amor no es un sustantivo, aunque lo parezca, es verbo, es acto y es movimiento. Amar es ir. En el amor no se trata de llegar, amar es el propio acto de viajar.

Por ello el amor emplaza al acto, es performativo, no explica nada, no describe nada, más bien crea sentido, crea preguntas y crea incertidumbres. El amor no ofrece garantías, pero aun así se las exigimos. Nos pasamos la vida exigiéndole garantías al amor, seguridades.

Más bien, el amor es intempestivo, palabra que me encanta, porque todos sus sinónimos encajan, decir que el amor es intempestivo es como decir (según la Real Academia Española de la Lengua) que el amor es “inoportuno, inconveniente, inadecuado, desacertado, improcedente, impropio”. El amor me atrapa y me lanza al demonio, me pone por fuera de toda racionalidad.

A diferencia de un objeto que es estático y no cambia, el cambio requiere tiempo, instaura la temporalidad como requisito, amamos en el tiempo, en el momento. ¿Pero quién quiere un amor fugaz, un amor de relámpago? Lo que queremos es un amor que sea eterno, el problema es que la eternidad es la muerte del tiempo y la muerte del tiempo es la muerte del amor, porque si controlamos el tiempo del amor, matamos el amor.

Hay un aprendizaje que nos cuesta aceptar y es que el tiempo pone cada cosa en su lugar ¡Yo quiero saber si me ama o no me ama ahora, quiero saber el futuro de mi amor ya! Mi tranquilidad exige garantías, exige tarot, exige astrología, exige youtubers, necesitamos al oráculo para eliminar el dolor que implica esta espera. Sin embargo, como decía Aristóteles el amor requiere tiempo de convivencia. No podemos evitar exigir al amor lo que por definición no puede dar.

Pero hay otras versiones del amor…

 ¿A qué tipo de amor nos referimos cuando, desde el sentido común, decimos “cambiaste un Ferrari por un Twingo, cambiaste un Rolex por un Casio”, “quieres robar el amor de mi vida”, “no puedo perder tu amor”? Efectivamente nos referimos a un amor objetivado que tiene, por lo tanto, todas las propiedades de un objeto: puede perderse, encontrarse, arreglarse o reemplazarse. Sin duda, es un amor más maleable, más asequible, más fácil de entender para todos, y por lo tanto, menos inquietante que una promesa intangible.

Te propongo un pequeño juego, he copiado los pasos que la conocida franquicia de cafeterías Starbucks propone para hacer café en una cafetera italiana y, cambie la palabra “café y cafetera italiana” por la palabra “amor” ¿vemos cómo queda?

Pasos para hacer un amor:

Y agregan este pequeño consejo:

Para limpiar tu amor, enjuaga cuidadosamente con agua tibia. Déjala secar por completo antes de volver a montarlo para evitar que se oxide…

Si el amor es un objeto, entonces podemos abrigar la ilusión de elegir candidatos como productos en un supermercado, como en el Tinder o si no, reemplazarlos unos por otros como si de cromos se tratasen, -Si este amor no me funciona me pido otro.

Pero ojo, si el amor es un objeto, entonces también puede perderse, creando sus propias tragedias emocionales como la que nos regala Adolfo Bécquer en este verso: “su amor de las entrañas me arranqué, aunque sentí al hacerlo que la vida me arrancaba con él” A. Bécquer, 2013).  Nos aterroriza perder el amor, que por otra parte puede protegerse o defenderse, ¡-un amor bien vale una Troya!, diría el insensato Paris. En torno del amor como objeto se construye una subjetividad que construye la realidad sobre la base de esta falsa premisa. En filosofía a un razonamiento deductivo que se construye sobre premisas falsas se lo llama falacia. El amor como falacia resulta en un razonamiento engañoso que pretende ser convincente y persuasivo.

La función del amor-objeto o amor-cosa, no tiene otra función social que apaciguar, tranquilizar y amansar el espíritu y, volver al amor algo maleable como una artesanía que puedo crear con “conocimiento y esfuerzo” (E. Fromm, 1977) o reparar gracias a que aprendí las técnicas del amor. De esta forma, el amor podría ser el resultado de un esfuerzo, de un trabajo, en síntesis, la consecuencia de un proceso. Buscar en Google “como encontrar el amor” y os saldrán cientos de opciones con “tips”, “trucos”, “consejos”, para encontrarlo, pero no olvidéis la definición de falacia: razonamiento engañoso que pretende ser convincente y persuasivo, digan lo que digan los youtubers de turno.

La versión oficial del amor es más el resultado de determinadas prácticas de poder que de un acto de saber, de búsqueda e inquietud intelectual. El amor-objeto se nos propone como una ilusión funcional, creíble, tan simple como un meme o una frase para instagram, tan sencilla y comprensible que reduce a un eslogan la bella frase escrita por San Juan de la Cruz en el Siglo XVI: “donde no hay amor, pon amor y sacaras amor”.

El «narcisista», un perpetuo enamorado

El amor pone al sujeto en relación con el otro. El narcisismo desvanece las diferencias y, allí donde debería estar el otro, encuentra en su lugar, un reflejo de sí mismo.

El «narcisista» es un perpetuo enamorado. Porque en el enamoramiento es idealización no es amor. Cuando se idealiza se borra el otro, prevalece la idea, nuestra idea. Por eso el enamorado es poderoso, es capaz de cualquier cosa por su amada (por su idea de la amada), es para el enamorado un subidón nivel Dios. Un Dios que fácilmente puede bien-tratar y mal-tratar, sin límites…

Como diría Erich Fromm en “El Arte de amar”, amar requiere ver más allá del narcisismo (E. Fromm, 1977). Si quieres amar, no hay que dejar que el yo se imponga sobre el otro, no hay que dejar que el yo se apodere del amor.

Si triunfa el yo, el yo siempre va a colocar al otro donde el yo necesita, lo vuelve útil, si en cambio el amor consiste en evitar la desertización del otro, la asimilación del otro por parte del yo, entonces comenzamos a participar en una aventura fascinante.

El narcisista suprime al otro, desertiza al otro.

Para amar necesitamos que algo nos falte y active ese deseo de emprender el viaje. Donde hay falta el narcisista pone yo, creando la ilusión de que no le falta nada. Lo que nos interesa, es el amor que no suprime al otro, que sostiene esa falta, aunque duela, ya que es en ese desencaje e incompatibilidad con el otro, en ese hueco, donde puede surgir el amor como una promesa que nos dice que esa compatibilidad es posible de suturar. Es por lo tanto, el amor, es esa ficción que aun sabiendo que nos estafa, no podemos dejar de creer en ella.

El narcisista crea relaciones de poder no se amor.

Para la filosofía es la indiferencia, para la clínica y en especial para la terapia familiar y de pareja es el poder.

Para el pensamiento filosófico lo contrario al amor es la indiferencia, la falta de afecto o mejor dicho la desafección. Lo que vemos en la clínica de parejas y familias es que lo contrario al amor es el poder. La relación de dominio suprime la relación amorosa.

El poder destruye el amor. El amor se sostiene a condición de no ser puesto al servicio del interés. Amar nos vuelve extremadamente manipulables.

Solo somos capaces de amar, si somos capaces de confiar. Y esto es así porque la desconfianza lleva al control y el control no es capaz de crear relaciones de amor, sino relaciones de poder. Por lo tanto podríamos afirmar que, si quieres amar, aprende a confiar.

De la relación amorosa a la relación terapéutica

«El más hondo fundamento de la medicina es el amor… ».

 Teofrasto Paracelso (Siglo XVI)

“cuando la asistencia médica es lo que debe ser, el vínculo que entre si une al terapeuta y al enfermo es el amor”

Pedro Laín Entralgo

“cuando la asistencia médica es lo que debe ser, el vínculo que entre sí une al terapeuta y al enfermo es el amor, un amor especificado como «amistad médica».

Pedro Laín Entralgo

Me gustaría para terminar que pudiéramos pensar con Paracelso y Lain Entralogo que “la relación terapéutica es una tecnificación de la relación amorosa” (P. Lain Entralgo, 1964).

Para los griegos la garantía del amor era el cosmos, amor era la expresión de la perfección de la naturaleza humana, para el cristianismo es “Dios es amor”, podemos amar en tanto amamos a Dios y somos amados por él, el amor se vuelve eterno. ¿En la actualidad que es lo que garantiza el amor?: ¿la fama? ¿El éxito? ¿La belleza? ¿El amor no se vuelve efímero?

Pero volvamos al medievo.  El médico era la herramienta a través de la cual se canaliza el amor de Dios que es lo que cura.

Con el paso de los siglos y la tecnificación de la tarea curativa, la creación del rol del médico, luego otros roles más específicos la relación terapéutica fue relegada por la ciencia positiva como una variable molesta de la ecuación. Si bien la evidencia puede facilitar la comunicación científica se instituye también como un valor que relega aquello difícil de evidenciar. En el siglo XVIII la medicina pone el ojo en la salud mental lo cual crea un dilema. No es posible clasificar positivamente la enfermedad mental sin recurrir a la interpretación y a juicios valorativos. En los últimos años, vivimos el desarrollo de una tecnificación desprofesionalizante y la recuperación del entorno y en especial del entorno vincular como factor determinante de la eficacia terapéutica. El concepto de Alianza Terapéutica, uno de los constructos sobre los que mayor evidencia científica hay en el ámbito de la Salud Mental, constituye un caballo de Troya que afirma que la eficacia terapéutica se explica mejor por la calidad de la relación terapéutica que por las técnicas utilizadas, como también lo muestran otras investigaciones actuales. Poco a poco la propuesta del Dr. Laín Entralgo va tomando asidero, y esta no es otra que la reintroducción del amor como agente terapéutico.

El amor es esa promesa que lo cambia todo.

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