Blog Fundación Manantial
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24/04/2020
Después de hallar alguna información en busca de conocimiento sobre aquello que corre a través de mi torrente sanguíneo desde que tenía dieciséis años, he llegado a la conclusión que no debo nada de lo conseguido en mi vida a ningún producto químico que se me haya recetado, lo razonaré.
No hace mucho leí una cita que rezaba así: “si estimamos la búsqueda de conocimiento, nada debe impedirnos seguir por donde quiera que esa búsqueda pueda conducirnos”. Y esa búsqueda de conocimiento me ha llevado también a la conclusión de que el miedo creado, extendido, instaurado y más tarde institucionalizado, ha llevado a millones de personas como yo a aceptar como si fuera ley, que por la mañana debes tomar una benzodiazepina, junto a un estabilizador sintético para arrancar la mañana, temiendo que la ansiedad anulara tu naturalidad y que el estabilizador sintético recaptara la serotonina suficiente para que no me acudiera la indiferencia, para al despertar ser aceptado como válido en una sociedad en busca de no sé qué normalidad.
Durante años creí que mi diagnóstico como maniaco-depresivo y, más tarde, ya comprobado trastorno bipolar era certero, pero según mi juventud se ha alejado de mí, y la experiencia me ha regalado cierta perspectiva de la vida, me he dado cuenta que aprovecharon los bajones y subidas de un adolescente, las indecisiones y las dudas propias de la edad, para colgar de por vida un lastre muy pesado: llegar a creer que no puedes, y creer que dependes.
Mi búsqueda también me ha llevado a descubrir que el afán congénito en el ser humano de clasificar, definir y explicarlo todo y el intento de colocar nombre a herramientas y emociones humanas y convertirlos en síntomas a fin de que aparezca el diagnóstico con nombre propio por sistema, ha explotado en la aparición de movimientos liderados por compañeros de sufrimiento mental y en sectores más críticos de profesionales materializados en forma de artículos, charlas, congresos, traducciones, web.
Nos tendremos que conformar con que, de alguna manera, arrojan luz sobre la situación, porque de manera práctica, de momento, nada. Y confiaremos de alguna manera que en un futuro que se vislumbra lejano, ayuden a cambiar sinergias y a compartir el esfuerzo por cambiarlas a supervivientes de esta maltrecha salud mental.
Porque quizás en círculos de grupos de activismo, y en foros de profesionales calzados con las mismas herramientas a las que critican, puede quedar muy bonito lo publicado, lo expuesto, lo razonado públicamente, pero donde se ve el verdadero esfuerzo, por ejemplo, es y puedo dar fe de ello, en un simple y a la vez tan complejo, grupo multifamiliar, padres (cuidadores) e hijos (usuarios, o pacientes, o clientes, o enfermos, o diagnosticados, como quieran denominar).
Vínculos dañados, y experiencias propias de contenciones reales, y no pura demagogia, relatos sangrantes de un ingreso reciente, opiniones de alternativas a tales medios, es desde abajo desde donde se puede crear una verdadera óptica, no desde grupos de ayuda estructurados corporativamente y poco a poco buscando una institucionalización, con apoyos políticos.
Triste, como siempre ver que, analizándolo, con el tiempo se pierden perspectivas, cuando casi siempre la única respuesta a la eterna pregunta es “escúchame”, puede parecer una obviedad, sin embargo, no lo es cuando a nivel docente se trata la enfermedad mental como un concepto, hasta se dan el lujo de conceptuar su evolución histórica y el comienzo en el siglo XIX de una disciplina formal dedicada al estudio científico de comportamientos anormales.
Y para muestra un botón: «La O.M.S define la salud mental como condición que permite un desarrollo óptico del individuo desde un punto de vista físico, intelectual y afectivo, en la medida compatible con la salud de los otros».
Por cierto, no le debo nada de lo que corre por mis venas, ni tampoco a quienes me lo recetaron un día de hace ya 36 años, lo vivido, ni donde la vida me ha colocado, padre y abuelo, y aunque sea una frase que suene pretenciosa:
«Supera eso».
Dedicado a todos los compañeros con los que comparto mi día a día su caminar a cada madrugón, y a todos los compañeros de sufrimiento mental que ya son parte de mi vida y los que me quedan por conocer.
Efrén Rodríguez
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