Blog Fundación Manantial
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26/06/2018
He reflexionado mucho en los últimos días sobre este artículo que a continuación vais a leer, sobre su título, sobre su contenido, sobre cómo contarlo sin recurrir al lagrimeo ni a la victimización de mi persona. Pero sí, yo he sido una víctima y, por qué negarlo cuando es cierto, cuando he estado atado en una cama hospitalaria en tres ocasiones distintas, con riesgo de paro cardíaco por mi arritmia continuada y la agitación y la crisis que me provocó el verme atado y privado de mi libertad y de mis derechos, cuando en la última ocasión acudí a urgencias de modo voluntario y se convirtió en un convulso ingreso forzoso, no forzoso solamente por obligado, sino porque se empleó la fuerza sobre mi persona y además se me administró una dosis alta de tranquilizantes.
Por qué no contar en primera persona un trauma que aún no he superado y que ayudará a otras personas a entender el caos que prima en la atención mayoritaria en ingresos hospitalarios de agudos. No quiero culpar a personas concretas ni a hospitales concretos, sino contar mis experiencias para que se sepa lo que se hace por protocolo y para que éste, sí, el maldito y anticuado protocolo de atención a pacientes psiquiátricos, se cambie urgentemente.
Mucha gente no entiende que me dé miedo pisar mi hospital de referencia y que sienta un escalofrío solamente con acercarme a él al sobrevenirme multitud de recuerdos, emociones y pensamientos traumáticos y de sufrimiento. Recuerdos los justos, porque entre lo que se borra del cerebro tras las crisis, lo que no te das cuenta que haces o dices por causa de la misma crisis, y lo que te anulan las contenciones químicas de las que hacen uso y abuso hasta el día de hoy en la gran parte de los pabellones psiquiátricos de muchos hospitales españoles (y no digamos en otros países), los recuerdos son pocos y confusos, y casi mejor así por lo dolorosos que aún resultan.
Uno acude a un hospital a que le ayuden en un momento de debilidad, de vulnerabilidad y angustia, y en lugar de socorrerle adecuadamente con la escucha activa y empática, tratando de entender su problema y de buscar soluciones más allá del estudio de su diagnóstico, lo que uno se encuentra es que le doblan las medicaciones para tomar control de la situación y anular a su persona, se aseguran de atarle o contenerle con correajes de épocas de torturas medievales por su “propio bien y seguridad y la de todos los que le rodean”, de sujetarle por los brazos, de zarandearle, de hacerle chantaje con su comida o necesidad más básica como puede ser orinar (medidas coercitivas que yo mismo he sufrido). Todo por protocolo general y por malas praxis de algunos “profesionales” sanitarios.
Por todo ello, estos días he tenido miedo y no he querido acudir a las urgencias de mi hospital por un motivo no psiquiátrico, porque como ustedes pueden entender, o espero que entiendan, uno no tiene un buen recuerdo de esas urgencias. Uno teme volver a ser torturado con la maldita excusa del protocolo de seguridad y de intervención con pacientes psiquiátricos con antecedentes de ingresos complicados en agudos. Esos ingresos complicados que ellos mismos provocaron por no atenderme debidamente, sino por hacerme preguntas inquisitoriales y dudando de mi persona y de mi relato, por dejarme en paños menores delante de los sanitarios, de mis familiares y de otros pacientes ordinarios del área de urgencias por la que me pasearon atado en una camilla, después de haberme hecho orinar delante de los sanitarios para una supuesta prueba de tóxicos protocolaria. Tras todo esto que les relato comenzó mi agitación y, aún estando atado, me contuvieron físicamente con guardias de seguridad y personal sanitario rodeándome y tratando de doblegarme como a una res que se resiste a ser marcada a fuego, pero y tanto que me marcaron…
Viene a mí un recuerdo sobre el incidente del que les estoy hablando de ver en mi muslo una herida sangrante de manera abundante que luego me dijeron que había sido un “pinchacito” para tranquilizarme, que es que estaba muy nervioso y desinhibido. ¡Pero si eran ellos los que me habían dejado casi en pelotas y me habían hecho orinar delante de sus narices sin intimidad, sin más ropa que un calzoncillo, sin dignidad ni derechos!
Ese fue el recibimiento en el último ingreso. Nunca lo había contado por miedo, pero ahora soy más fuerte y capaz de hacerlo, de enfrentarme a esos fantasmas, pasados unos 6 o 7 años. Esos fantasmas que aún me dan pesadillas y me atemorizan, porque sí, señores y señoras, uno puede haber tenido momentos de locura intensos, de ruptura con la realidad incluso, pero a esas crisis psicológicas y emocionales no es a lo que temo hoy en día, sino a tener que ingresar de nuevo y recibir el mismo castigo, el mismo maltrato injusto, las mismas vejaciones protocolarias… ejem… ejem… voy a salirme del protocolo yo mismo y les pido disculpas…
¡Me cago en vuestro jodido protocolo! ¡Eso no es tratar pacientes, sino humillarlos y maltratarlos! ¡Eso no es ayudar a superar una crisis, sino provocar una crisis mayor! ¡Eso que hacen ustedes debería ser delito porque vulnera los derechos humanos universales!
Y una vez desahogado, prosigo con mis testimonios de primera mano, que son muchos, como les digo, y no por exceso de crisis, porque yo soy un loco “controlado” que toma su medicación religiosamente y sigue terapias de profesionales sanitarios de verdad fuera del “Hospital del terror”.
Un “loco” menos loco que muchos de los que me atendieron y me desatendieron, de los que me trataron y me maltrataron, de los que me hundieron, me minaron, me humillaron, me rompieron, de los que con amenazas como las de “no te dejaré fumar” (entonces se fumaba en hospitales, en mi primer ingreso), “si sigues con esa actitud no te soltaremos las correas ni para ir a mear y tendrás que hacértelo encima y estarás sucio por horas”, “no verás a tu familia si no te comes todo el plato”, etc.
En fin, me prolongo demasiado, y es que todo no cabe en un solo artículo, pero al menos creo que ustedes pueden hacerse a la idea del calvario que pasamos muchos pacientes en muchos hospitales únicamente por ser pacientes psiquiátricos y no otro tipo de pacientes o enfermos, y por culpa de ese protocolo maldito en el que se amparan los/as bestias, los malos/as sanitarios, los que están frustrados con su trabajo y con todo lo que les rodea y lo pagan con los indefensos y vulnerables, los que están más desquiciados que los propios locos.
En todo este infierno personal dantesco e inabarcable que he vivido durante más de 15 años (que se dice pronto) sólo destaco un ángel llamado Antonio y un par de heroínas o superenfermeras que me salvaron de un trauma mayor aún del que todavía guardo secuelas. No todo va a ser malo, por suerte, estas personas me trataron con la mayor delicadeza, ternura, cariño, comprensión y empatía que nadie me ha tratado jamás, por eso les estaré siempre agradecido. Porque fueron la luz en mi oscuridad y los que me salvaron de perecer en esos horrores de ingresos agudos junto con mi familia, que siempre que se lo permitieron estuvo allí, que nunca me abandonó ni se rindió, y por eso yo no me he rendido de nuevo al miedo y hoy he decidido luchar y contar lo mío, lo de tantos, porque no somos sólo unos pocos locos o unos casos aislados, no hace falta rascar mucho para saber lo que sucede en esos hospitales de la sanidad pública. Pero a nadie le interesa del todo buscar responsabilidades ni cambiar protocolos de atención, intervención y tratamiento de pacientes.
Con mi pequeña aportación personal (que espero que sea suficiente para detener tanta barbarie) quiero unirme al movimiento de #0Contenciones para que, de una vez por todas, se acabe con estos crímenes en los hospitales.
Por Pedro A. Lara, blogger de afición e interesado en el crecimiento y desarrollo personal, así como defensor de los derechos fundamentales de las personas.
Puedes leer más post de Pedro en su blog personal: http://siguiendoadelante.tumblr.com
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