Blog Fundación Manantial
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15/04/2020
Quiero leer el cuento de papá: reflexiones en tiempos de crisis sanitaria global
Primero lo primero, una breve nota preliminar.
Mi mayor respeto a todas las compañeras, los familiares y las amistades afectadas por el covid19. A los recuperados mucha fuerza, a los que luchan día a día fuerza para aferrarse al regalo que supone la vida. Un gran abrazo a los supervivientes, deseo en breve tenga la posibilidad de despedirse de una forma digna de los ausentes.
A continuación describo unas breves reflexiones surgidas a partir de conversaciones con familiares, amistades, compañeros de equipo durante reuniones telemáticas ,y en llamadas telefónicas con los usuarios del servicio.
Reflexiones.
Hace más de dos semanas el presidente del gobierno declaró el estado de alarma, en un intento de evitar la propagación del contagio. Lo que ha implicado una serie de medidas sanitarias, económicas, políticas y sociales sin precedentes en la historia de la democracia española. Medidas con un gran impacto en las múltiples esferas de nuestro estilo de vida cotidiano.
Al igual que la gran mayoría de la población he asumido el confinamiento, el cese de las actividades escolares, el efecto de las distintas medidas económicas, y el teletrabajo. Una empresa que ha implicado una importante inversión de energía, flexibilidad y adaptación individual y familiar. Lo que ocurre en la intimidad de nuestras casas es un reflejo de los complejos procesos de transformación. Parafraseando a San Agustín, nada de lo humano me es ajeno.
Dentro de la rutina cotidiana ha resultado necesario organizar horarios, división de tareas y responsabilidades. Una de ellas la lectura de cuentos a mi hijo de 3 años. En la mañana del sábado, mi hijo con gran determinación, cogió de mi mesa de noche un libro y dijo claramente «quiero leer el cuento de papá». Por casualidad, en sus manos tenía un ensayo escrito por Freud en el contexto de la primera guerra mundial: consideraciones sobre la guerra y la muerte.
Luego de las breves pinceladas del contexto externo amplio e interno, voy hacer un giro significativo. Mi memoria suele ser emocional, lo que implica una visión de la realidad cargada de recuerdos, sueños, pensamientos, en consecuencia de vivencias subjetivas. Por lo que intentaré poner en palabras y compartir algo de la respuesta ficticia y provisional ante la incertidumbre, la confusión, el miedo y el caos que nos toca vivir.
En distintas regiones geográficas, los jefes de estado y autoridades de la organización mundial de la salud, plantean la estrategias de contingencia frente al covid- 19 en términos bélicos. Apelando a múltiples medidas políticas, civiles y militares propias de época de guerra. Así como la exacerbación de las conocidas pasiones nacionalistas y la necesidad de reivindicar la soberanía nacional. De momento, el enemigo ataca sin miramiento a las históricas y artificiales divisiones geopolíticas, étnicas y raciales, poniendo en primer plano a una única especie, el género humano.
Lectura captada con gran nitidez por parte de muchas de las personas atendidas por nuestros recursos. De una forma natural y sosegada escucho las estrategias desarrolladas a lo largo de años para sostener el aislamiento social, ante un mundo que progresivamente resultó perplejo, incomprensible, amenazante y finalmente hostil. Así como las genuinas preocupaciones por la capacidad de sobrellevar el confinamiento de otros miembros de la familia, parejas, hijos y nietos.
Con sorpresa e inquietud recuerdo mis primeros años en la facultad. Tuve la gran suerte de estudiar psicología en la Venezuela de inicios del siglo XXI en un contexto de violencia política, donde las múltiples modalidades y manifestaciones de lo siniestro constituían un eje angular, de una forma latente y potente, dentro del pensum de estudio. En ese momento inicié, al menos mantengo el registro consciente, el descenso por la madriguera del conejo, al mejor estilo de Alicia en el país de las maravillas.
Desde ese momento entendí que cualquier disciplina científica dentro de las humanidades, las ciencias sociales y de la salud, tiene el compromiso social de elaborar teorías con la pretensión de facilitar el entendimiento de las complejidades de la realidad humana. De igual importancia el lugar de los profesionales, agentes facilitadores de procesos de cambio. Es nuestra obligación facilitar la transformación de lo abstracto en acciones concretas y contextualizadas.
Por lo descrito entiendo la relevancia de algunas nociones desarrolladas en 1915 por Freud en su trabajo titulado «Consideraciones sobre la guerra y la muerte». Nociones que reflejan un intento de acotar y delimitar lo que se nos presente en un primer momento dentro del orden de lo innombrable, indecible e impensable.
Freud inicia el ensayo describiendo la decepción generalizada ante la guerra:
Arrastrados por el torbellino de esta época de guerra, solo unilateralmente informados, a distancia insuficiente de las grandes transformaciones que se han cumplido ya o empiezan a cumplirse y sin atisbo alguno de futuro que se está estructurando, andamos descaminados en la significación que atribuimos a las impresiones que nos agobian y en la evaluación de los juicios que formamos (Freud, 2001,p.2101).
Para dar cuenta de la decepción, Freud se centra en la ruptura de la ilusión, prima hermana de la decepción, y en la actitud frente a la muerte. Resulta llamativo, 105 años más tarde, la actual vigencia.
Hace un par de semanas atrás se nos presentaba como natural un estilo de vida que se antoja titánico y desmesurado a nivel colectivo, donde el tiempo y el dinero han organizado nuestra cotidianidad, en declive del cultivo del encuentro interpersonal. Ante las evidentes dificultades para el encuentro con el semejante, emerge la hiperconectividad tecnológica compensadora. En síntesis, somos esclavos del tiempo y del dinero, o dicho de otra manera, de la modernidad.
Todas aquellas afecciones y aflicciones, tan presentes en otras latitudes, nos resultaban ajenas y pertenecientes a otro universo, alimentando nuestra fantasía de invulnerabilidad. Parece que nuestro vivir cultural cotidiano se alejaba y nos protegía de nuestra fragilidad. ¿Será que detrás de la confusión, la incredulidad, el caos y las compras inundadas de pánico albergamos una profunda decepción y desamparo?
Nos encontramos en un momento donde la sensibilidad la tenemos a flor de piel, en parte por el gran impacto que genera la clara imposibilidad del sistema sanitario de dar respuesta a la creciente contingencia de personas afectadas, encontrando en los hospitales de campaña un paliativo. Junto al creciente fallecimiento alarmante de personas contagiadas, de momento superamos las 3000 muertes.
Adicionalmente, la conversión transitoria de un centro comercial en morgue, ante la saturación de las instituciones oficiales. Así como el decreto del gobierno regional de luto oficial, expresión de reconocimiento por todos los difuntos. Las cuatro escenas describen un escenario inédito que nos estremece y aturden en lo más intimo, en nuestra relación con la muerte.
En apariencia nos mostramos receptivos ante el fin de la vida, sin embargo, nuestras reacciones al consumarse la muerte muestran lo contrario. Freud nos dice: “en el fondo, nadie cree en su propia muerte o, lo que es lo mismo, que en lo inconsciente todos nosotros estamos convencidos de nuestra inmortalidad” (Freud, 2001, p.2110 ). Vivimos nuestras vidas prescindiendo de la muerte, la vida como renegación de la muerte. Relación que se complejiza ante la postergación de los rituales de transición de la vida a la muerte.
En la búsqueda de un horizonte
Ante la pandemia que nos ha tocado vivir, de momento, cualquier atisbo de conclusión me resultaría una suerte de impostura. No obstante, es posible deducir un poco de claridad dentro de tiempos oscuros.
El covid-19 ha incidido de forma frontal en dos dimensiones colectivamente excluidas y rechazadas, a saber, la ilusión protectora y en nuestra actitud ante la muerte. Sin duda, tenemos una ardua y necesaria tarea en nuestras manos en la pronta reconstrucción.
En estos momentos, cobra mayor fuerza en mí la aproximación de Jorge García Badaracco (2001), relativa al sufrimiento psíquico en general y a la salud mental en particular. Badaracco nos dice que la locura, al ser compartida, deja de ser locura. Resulta posible deducir que la angustia, al ser compartida, puede devenir en dolor y luego en tristeza, y al menos la tristeza puede ser llorada.
El compartir lo reflexionado en solitario suele tener dos efectos distintos. Por una parte, nutre el sentimiento de solidaridad entre compañeros de profesión, y el mantenimiento del interés y deseo de acompañar de una forma genuina, cercana y cálida a los usuarios.
Edgar Hernández León. Psicólogo del Equipo de Apoyo Social Comunitario «Barajas».
Referencias bibliográficas.
– Freud, S. (2001). Obras completas tomo 6 (1914-1917). Ensayos LXXXV al XCVII. Madrid, España: editorial biblioteca nueva.
– García Badaracco, J (2001). Psicoanálisis multifamiliar: Los otros en nosotros y el descubrimiento del sí mismo. Barcelona, España: ediciones paidós iberica.
[…] Fuente: Fundación Manantial […]