Blog Fundación Manantial
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07/05/2020
La amenaza del virus COVID-19 y las consecuentes medidas restrictivas de distanciamiento físico y confinamiento, tienen efectos en la vida afectiva y social. Ya corrían malos tiempos para los vínculos, frágiles y débiles cuando emergió esta crisis sanitaria.
Las relaciones sociales han sido subordinadas y relegadas a las relaciones virtuales. El mundo digital se convierte en el gran acompañante, en el enlace con el otro. Es la muleta que amortigua la distancia, el aislamiento y la soledad no deseada. Sin embargo, el mundo virtual no puede sustituir la importante contención que ofrece el cuerpo del otro, el abrazo de un ser querido. En un momento social de duelo por lo(s) que se ha(n) perdido y con la incertidumbre ante el futuro, muchas personas se encuentran solas afectivamente, desprovistos de la cercanía del otro. Aunque la tecnología no puede suplantar la consistencia imaginaria que ofrece la presencia física del otro, es importante reconocer el alivio que brinda a la soledad emocional.
Ante este panorama, los vínculos afectivos se ven amenazados y el aparato psíquico de las personas requiere del desarrollo de recursos simbólicos que puedan metabolizar lo que está aconteciendo que se encuentra más cerca de una distopía que de la realidad conocida.
En el plano colectivo, esta crisis también pone de relieve la importancia que adquiere el cuidado de la comunidad, la participación colectiva para un beneficio común. Por tanto, golpea en el talón de Aquiles de la sociedad neoliberal, a saber, el débil tejido comunitario. Como señala Marchioni, la cultura de lo local y de lo particular ha prevalecido sobre la colectiva y comunitaria. Una sociedad marcada por una inercia individualista en la carrera hacia el máximo beneficio personal. Los vínculos entre los miembros de una comunidad, el sentimiento de pertenencia a ella y el cuidado mutuo, estaban sufriendo una importante decadencia no sin consecuencias. La soledad no deseada, el aumento de la institucionalización de las personas más vulnerables, la clínica de la ansiedad y la depresión que abarrotan las consultas, podrían ser entendidas como síntoma de una sociedad carente del sostén social que proporciona la vida comunitaria. Ahora, en este nuevo contexto, observamos cómo surgen iniciativas vecinales y de barrio, para potenciar el tejido social, la cooperación y la ayuda mutua.
Si los finales nos angustian es por lo que hay de comienzo en ellos, señala Marcelo Barros. Esta crisis ha desenmascarado las fragilidades de nuestra sociedad: una endeble sanidad debilitada por los recortes, la fragilidad de los vínculos y de la colectividad, el olvido de colectivos vulnerables, la debilidad de una economía dependiente del turismo, la precariedad del mundo laboral. ¿Será la oportunidad para un nuevo comienzo? A raíz de esta experiencia de aislamiento, de prohibición de cercanía social ¿aprovecharemos la ocasión para fortalecer los lazos sociales, la vida comunitaria? O, ¿intentaremos reequilibrarnos como sociedad, utilizando las mismas defensas que ya conocíamos y que no estaban siendo eficaces? ¿Correremos un tupido velo sobre esta experiencia o supondrá un acto, un acontecimiento con un antes y un después? Considero que no deberíamos desaprovechar la oportunidad que brindan las distopías para pensar en otra realidad posible.
Miren Murgoitio. Psicóloga del Centro de Día «Leganés»
Imagen: Balkan Kru
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