Blog Fundación Manantial
Blog Fundación Manantial
17/12/2018
Quiero compartir con vosotros este texto que escribí para una formación en la que colaboré, que tuvo lugar en la Casa Encendida bajo el significante: «Otra Psiquiatría: Repensar la psicosis más allá del modelo biomédico». Intento ofrecer mi experiencia mediante este relato, mi experiencia y mis encuentros y desencuentros con el mundo de la Psiquiatría, para intentar alzar un poco la voz y que se nos escuche a ver si conseguimos que el cambio hacia un abordaje más humano de la salud mental emprenda su marcha. También para ofrecer mi relato a cuantas personas estén interesadas en que esta formación desde mi saber, desde dentro, llegue a cualquiera de los ámbitos donde se realice su práctica con personas con problemas de salud mental.
Podría decir que mi psicosis es parte de mí desde que tengo conciencia de existir, desde siempre he tenido la intuición de que algo dentro de mí no marchaba bien, durante muchos años sufrí mis síntomas en silencio, mis fobias, mi incapacidad para relacionarme con los niños de mi edad que me sumía en el más profundo de los mutismos, el pánico que sentía cada noche al dormirme pensando que me iba a morir, la angustia que por momentos se tornaba insoportable.
Mi infancia trascurrió sin que ningún adulto pareciera darse cuenta de que algo me ocurría y así llegó mi adolescencia, nada especialmente llamativo, sin aparentes grandes dificultades, pero con un vacío muy profundo que me habitaba, con una sensación de sentirme hueca por dentro, de no tener identidad y deambular como un fantasma por un mundo que sentía muy inhóspito, en el que no lograba encajar por desconocer absolutamente sus códigos y sentirme pérdida.
Así llegué a los 20 años, momento en el que mi psicosis se desencadenó y fueron mis primeros encuentros con el mundo de la Psiquiatría y afortunadamente con otros discursos que, en cierta forma, me salvaron de ella.
A lo largo de estos años he pasado por numerosas crisis y estabilizaciones, y he sufrido todo tipo de síntomas psicóticos, una angustia que a veces me impide casi ponerme de pie, escuchar voces que durante horas y días me dicen que tengo que matarme, me he perdido en una calle mil veces transitada sintiendo miedo y desolación, he visto cosas que no eran reales, me he pasado noches sin dormir porque mi pensamiento no dejaba de insultarme sin que pudiera hacer nada para frenarlo, he acabado golpeándome parar tratar de detener la angustia por pura desesperación en un intento vano de contenerme.
Los síntomas psicóticos dan miedo, producen mucho sufrimiento en la persona que los padece, alteran la percepción del tiempo y el espacio, pues una vez que llegan no hay ninguna garantía de cuando se irán, con lo cual un día puede llegar a equivaler a un año entero por la intensidad del dolor que sientes. Como dice el psicoanalista Antonio Di Ciccia, «la psicosis es un campo de concentración uno por uno».
La soledad y la incomprensión social son también una dolorosa parte de tener esta enfermedad, el coste que supone sostener tu vida a pesar de estos síntomas por lo tremendamente invasivos que son y que inciden de una forma muy importante en tu vida diaria, en tu pensamiento y en tu cuerpo, son además difíciles de calcular desde fuera.
A veces la gente te da consejos desde la buena intención y te dicen cosas como “pero no hagas caso a las voces”, sin entender que a veces no es posible. Probad a pensar cómo os sentiríais si mientras estáis hablando con alguien hay algo que te está gritando en el oído, que sales a la calle y el ruido que percibes multiplicado por cien te invade, que alguien te lastima y tu respuesta es agredirte porque no tienes recursos para afrontarlo y no puedes evitarlo, que te miras en el espejo y no te reconoces sintiendo que es alguien extraño el que está reflejado en él. Estas son las experiencias extremas a las que nos lleva la angustia a las personas psicóticas, puesto que como muy bien dice mi psiquiatra, la angustia se puede convertir en cualquier cosa, experiencias que tenemos que afrontar y que rozan con lo insoportable, de las que no es posible pasar, sino que hay que atravesar con toda la dignidad de la que somos capaces.
El trato que desde la Psiquiatría se ha dado a mis padecimientos ha sido desigual a lo largo de los años, en mis comienzos me he encontrado con psiquiatras sin ninguna sensibilidad que me daban un tratamiento estándar, después de someterme a un interrogatorio de preguntas incoherentes sobre la profesión de mis padres o en que barrio vivía y sin tener en cuenta el saber que yo portaba sobre lo que me ocurría. Algunos psiquiatras no se dan cuenta del valor que tiene la palabra en todo esto, que los pacientes tenemos un saber sobre lo que nos pasa, que cada sujeto tiene reacciones diferentes ante los fármacos, que tolerar un fármaco o no también depende del vínculo que se establece con el profesional. No se dan cuenta que medicar es un acto simbólico en sí mismo y que tomar las medicaciones psiquiátricas no es fácil y es un proceso delicado que requiere de un acompañamiento por parte del médico.
Recuerdo con auténtico terror la primera vez que tomé un antipsicótico, creí que me moría, una sensación displacentera que me invadía, una inquietud en las piernas insoportable, no podía parar quieta, no podía pensar, me quemaba la cabeza, era mucho peor ese malestar que la angustia que tenía antes y que el delirio melancólico que padecía, una terrible sensación de mortandad se adueñó de mi cuerpo y de mi mente. Y a cada nueva dosis, el malestar se incrementaba porque la medicación se acumula en el cuerpo y a cada nueva toma es peor.
Este proceso que tuvo en un punto efecto de trauma para mí, sencillamente aconteció así porque nadie me acompañó, nadie puso palabras, nadie pensó que una persona que no ha tomado nunca un antipsicótico no puede metabolizar de una buena manera una dosis “estándar”, que esa forma de medicar no hay ser humano que la tolere.
Este proceso me llevó a abandonar este tratamiento farmacológico y continuar exclusivamente con mi terapia psicoanalítica que había comenzado un tiempo atrás, al darme cuenta que este tipo de tratamiento psiquiátrico no era en modo alguno la solución para mis padecimientos ni para mi dignidad.
Debo aclarar que no soy una persona contraria a la medicación, todo lo contrario, creo que la medicación es una herramienta muy útil para soportar el intenso dolor que a veces hace insoportable nuestra existencia, pero si soy contraria a la forma en que se hace por parte de algunos profesionales. Muchas veces se medica a los pacientes desde el diagnóstico y no desde el síntoma, con lo cual se condena a alguien a una medicación psiquiátrica de por vida, transmitiéndole además el terrorífico mensaje de que no puede mejorar, de que esta enfermedad es una condena y sin evaluar los riesgos que también implican estas medicaciones a largo plazo.
Por suerte para mí, he encontrado en mi camino a otro tipo de psiquiatras que me han ayudado a afrontar la última desestabilización desde el respeto a mi subjetividad, medicándome gradualmente para que yo pudiera tolerarlo, dándome la dosis mínima para que yo pudiera seguir sosteniendo mi vida, ofreciéndome recursos de rehabilitación para poder tener más soportes para mi existencia y espacios terapéuticos grupales donde dar lugar a mi palabra.
Porque la medicación no es ninguna solución, es algo que sirve para mitigar el dolor, es necesaria pero no cura, porque lejos de lo que piensa la psiquiatría biologicista considerándonos un desequilibrio bioquímico, las personas psicóticas somos sujetos con una historia, con unos acontecimientos vitales que han dejado una huella y que necesitamos construir el relato de nuestra existencia, ponerle palabras a aquello que nos marcó. La psicosis es una respuesta subjetiva ante una dificultad que encontramos en los albores de nuestra existencia y cada uno de nosotros en singular debe construir cual fue la suya y cuál fue la respuesta que encontró para poder de algún modo repararla.
La vía biologicista no deja de ser un pensamiento perverso que sitúa exclusivamente la responsabilidad en el sujeto por padecer dicho desequilibrio y nada tiene que denunciar de las dificultades vitales que muchos de nosotros hemos sufrido y de la sociedad profundamente deshumanizada en la que habitamos y que para algunos de nosotros se torna sencillamente insoportable. O es que acaso no tiene importancia el que yo no haya sido alojada en ningún deseo vital cuando nací, acaso no tienen importancia las terribles palabras con las que me nombró el otro familiar en mi infancia.
Este camino obtura cualquier cuestionamiento sobre la atención en salud mental, poniendo una y otra vez el acento en el paciente y ofreciéndole una única vía de tratamiento, la farmacológica, para reparar ese supuesto desequilibrio. Este camino oculta las vergüenzas de nuestro precario sistema de salud mental, la falta de un número suficientes de profesionales para dar una atención adecuada y humana a las personas y de los óptimos recursos terapéuticos y de cuidados que hacen falta.
Las personas con problemas de salud mental necesitamos ser escuchadas, necesitamos un trato humano y respetuoso, necesitamos hospitales que cuiden y no que aten, necesitamos ser tenidos en cuenta en nuestra diferencia, necesitamos un reconocimiento social del esfuerzo y la valentía que requiere vivir con nuestra enfermedad, necesitamos pensiones dignas para aquellos que no pueden conseguir sostener una actividad laboral, necesitamos una sociedad más justa que no nos estigmatice y nos permita desarrollar nuestro talento.
La sociedad se empeña en trazar una línea divisoria que separe locura y normalidad, pero esa línea no deja de ser una defensa, crea algo ficticio, nadie está a salvo de padecer un problema de salud mental ante una situación adversa en su vida.
No somos tan diferentes, simplemente a nosotros nos han tocado una vida más dura y complicada, nuestros síntomas esconden una verdad que debe ser descifrada y escuchada, y lejos de necesitar una rectificación química, necesitamos palabras y que esta sociedad rectifique su rumbo hacia un modelo más humano y solidario.
Silvia García Esteban
Silvia es experta en Literatura infantil y juvenil, escritora y poeta. Antes de descubrir el mundo de la literatura y el inmenso poder de curación de las palabras, trabajó como mediadora en diferentes proyectos sociales relacionados con el mundo de la inmigración y el refugio.
Tiene un particular compromiso con la infancia, llegando a desarrollar durante cuatro años el proyecto ‘Mamá de día en su hogar’, un espacio de acompañamiento respetuoso para niños entre 0 y 3 años.
Actualmente lleva a cabo un proyecto de animación a la lectura y creación artística en un cole de Madrid.
[…] de BOLETÍN INFORMATIVO DE LA SANIDAD PÚBLICA: Cambia de formato el blog de la Fundación Manantial al que seguimos con asiduidad, porque promueve una visión de la psiquiatría ante la sociedad […]