Blog Fundación Manantial
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26/07/2016
No sé si en alguna ocasión te has sentido demasiado observado. Es una sensación como mínimo desagradable. Sientes la variedad de miradas, te trasladan diferentes sensaciones: juicio, ignorancia, desconocimiento, curiosidad, y hasta morbo. Y si ya tienes la certeza de que se está hablando de ti, y por supuesto, nada estructurado ni legible, ya es la ostia.
No estoy seguro si he sabido dibujar bien la escena que ahora empiezo a explicar:
Percibo y creo firmemente en la buena intención de crear métodos que integren, fórmulas que hagan que el profesional oiga a la persona, que la familia sea un medio más de crear una “normalidad” que genere una dinámica vital real, y a partir de ese momento, dotar de independencia.
Pero me siento demasiado observado.
Y lejos de dar lecciones de historia, para el año 1955, ya se apostó por institucionalizar y profesionalizar más la gestión a nivel de salud mental y descargar no poco, MUCHO de esa responsabilidad a lo que definían como familia tradicional, para que después de TANTO tiempo darnos cuenta que tal exceso de profesionalización ha corrompido con un sistema cerrado de recursos públicos y privados, los esfuerzos de mantener un verdadero modelo de colaboración familia-instituciones.
Y siento que se habla demasiado.
Lo puedo decir porque llevo viviendo mi locura más de treinta años, con varias reformas psiquiátricas y cuando oigo desde distintos medios que se dedica a agradecer y fardar de los 80 millones de mierda que se destinan a la salud mental, me da asco.
Y como si de una coletilla se tratara, volveré a repetirme, y siempre lo haré en todo lo que escriba: quien dice lo normal que tiene que ser mi vida, para que lo acepten resolutamente un grupo de profesionales, que no discuto su intención vocacional…o sí coño, la cuestiono, porque a lo mejor quieren ponerse al día para seguir cobrando su sueldo, o quieren comprobar de cerca lo poco que le queda al psiquiatra extensor de recetas y temen quedarse obsoletos. Al fin y al cabo son médicos, solo eso, médicos con un vademécum en la mano para probar qué clase de estabilizador sintético o antipsicótico “es compatible o “funciona”.
Y SÍ, siento que se habla de mí sin criterio ni nada estructurado.
Cuando oigo a mi psiquiatra por teléfono atenderme, porque tiene una agenda demasiado apretada, le comento que estoy en shock por haber sentido muy muy de cerca la muerte, a consecuencia de un accidente de circulación, y me dice: “TÓMATE UN TRANXILIUM MÁS” en vez de atenderme personalmente y oír cómo gestiono con mis herramientas la situación, me aconseja que las adormezca.
Y me siento juzgado, ignorado y sin intención de conocer nada de mí.
¿Se ha dibujado la escena del principio?
Pues ahora permitidme que sea yo el que desconfíe de tantas voces con el recetario en la recámara como medio para ganarse el jornal, y permitidme que me asquee tener que aguantar desde el organismo general de atención a la discapacidad, justificar lo amplio que es la red de atención social a personas con trastorno mental a los que se destinan 6.604 plazas en 204 centros y con un presupuesto ridículo de 64 millones de euros, y con orgullo decir, que unos 1300 profesionales se encargan de atender a mas de 8.000 personas anualmente. Cuando si se tomara en cuenta la proporción mundial de diagnosticados en el mundo, 400 millones de personas según datos de la OMS, más las personas que se levantan con una pastilla en la boca y se acuestan con otra, y que no están diagnosticadas, le proporcionaría la verdadera realidad de lo poco que suponen las cifras que manejan.
Sin embargo, también permitidme que me sienta orgulloso de la exposición referente en este aspecto de D. Francisco Sardina, en las Jornadas Anuales de Fundación Manantial del 2 de diciembre, que a pesar de declarar “carecer de la formación psicosocial”, expuso con claridad la realidad del progreso de este país en cuestión de salud mental y del camino a seguir en materia de revisión del sistema comunitario de atención, a fin de darle a la familia su lugar apropiado en el desarrollo de cualquier apoyo a mi colectivo. Progreso que pasa desapercibido a unos cuantos vestidos de corbata, que sí disponen de dinero y recursos, que probablemente jamás admitirán que sufren algún trastorno mental, y que acallan sus conciencias repartiendo migajas, para comenzar iniciativas, que en definitiva están sacando a flote a personas interesadas en personas con fundaciones como en la que trabajo, que estructuran su progreso en función de la verdadera integración de vidas, y que no comparten la opinión de que ya se hace bastante.
El azar y mis circunstancias de salud y personales han limitado mi participación en compartir mi sentir junto a personas que luchan por el respeto a mi colectivo: los diagnosticados. Y agradezco la posibilidad de plasmar de forma escrita mi sentir en el blog de la Fundación y a todos los que me animaron un día a hacerlo.
Y sí siento demasiada gente observando apuntada al carro del cambio, y demasiada gente hablando de mí, pero nada legible.
P.D. En el otro oído sí llegan las voces y en mi corazón siento la energía de su lucha.
Efrén
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