Blog Fundación Manantial
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28/06/2016
El ser humano tiene una necesidad natural de nombrar, etiquetar y agrupar por características semejantes a las cosas y personas que le rodean. Es su manera de intentar conocer y controlar todo, de una manera muy subjetiva, claro está, puesto que en esa clasificación entran en juego los juicios y los prejuicios, y lo más posible es que sea mayor el desconocimiento de las cosas y de las personas que el conocimiento de estas.
Si además de los prejuicios le añadimos las connotaciones negativas que se le pueden dar a través de estos a ciertas cosas, personas o grupos, la etiquetación que se hace de todos ellos es bastante inexacta. Lo peor es cuando esas etiquetas se usan de modo peyorativo con intencionalidad.
Lo que hay de malo en una etiqueta que defina a una persona, animal o cosa es que se suele destacar un rasgo o característica, en ocasiones ni siquiera predominante, en lugar de definir integralmente o en su totalidad a la persona, animal o cosa, ya que esto es prácticamente imposible. Si aceptamos entonces la necesariedad de tomar la parte por un todo y lo asumimos como acertado, que es lo que sucede en la sociedad, no estamos cometiendo del todo un error. El problema, como he mencionado anteriormente, viene en la intencionalidad del etiquetador que, o bien movido por sus prejuicios, o por su desconocimiento, o por el miedo a lo diferente/ similar a él mismo, o por una voluntad real de hacer daño, usa la etiqueta para calificar a las personas, animales o cosas de manera despreciativa.
Cuando esto último ocurre se crea el estigma y se da nombre a ciertos colectivos con palabras despectivas con la intención de humillar, discriminar, perjudicar, etc.
El estigma creado por muchos individuos hacia otros colectivos hace que muchas personas, animales o situaciones se vean marcadas como a hierro al rojo vivo y sean motivo de burla, escarnio, lesiones, agresiones verbales y físicas y otros tipos de perjuicios a los que son sometidos por considerarles distintos y fuera de la norma o de lo que unos cuantos consideran como lo convencional.
La lucha contra el estigma se gana con el orgullo de ser persona, de no renunciar a nuestra autenticidad ni a ninguno de nuestros rasgos definitorios, exceptuando a las etiquetas que nos han colocado a la ligera y que no tienen que ver con nosotros mismos. Uno vence al estigma mostrándose naturalmente y sin miedo a los juicios ni a los prejuicios, ya que estos dicen más de las personas que los tienen que de los que son juzgados.
Nadie tiene derecho a ser juez ni verdugo. No permitas que sus etiquetas marquen tu vida, la limiten, la restrinjan,… Vive libremente como cualquier otra persona, ya que nadie tiene la potestad de decidir lo que es “normal”, “sano” y/o “aceptable”.
Siguiendo adelante, estamos en contra de los estigmas y a favor de todos los individuos, personas o colectivos sea cual sea su raza, religión, sexo, orientación sexual, identidad sexual, físico, estado de salud, forma de vestir, posición social, economía, o cualquier otra distinción.
Lo único que es importante es el respeto hacia los demás y el no hacer daño a nadie de manera intencionada, sea cual sea la causa.
Pedro A. Lara.
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