Blog Fundación Manantial
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10/09/2018
Lo que importa de verdad y con lo que me quedo: la vida.
Yo que tuve de muy cerca el suicidio y lo superé, no hay día en que no me sienta agradecido de no estar muerto. La vida no es de color de rosas para nadie, hay que lidiar con altos y bajos, incluso con valles o depresiones profundas, es difícil mantenerse en la cima, ni siquiera en una meseta. El malestar y el sufrimiento, la frustración y la desesperanza están a la orden del día, pero por muy fuerte que sea el dolor hay que tratar de evitar que nos ciegue y nos nuble la razón.
No voy a decir que estaba muy equivocado cuando traté de quitarme la vida, sólo estaba sufriendo mucho, tanto que sólo veía y sentía dolor, me sentía hundido y derrotado, entre otras muchas cosas pero eran las cosas que por mi depresión grave me había obcecado en ver o sólo era capaz de ver. Todo ello era un fragmento, triste y duro, de mi vida, pero no hay luz sin oscuridad ni sombra sin luz y suelen darse casi siempre en el mismo tiempo, lo que pasa es que únicamente le prestamos atención a la que más nos duele, a la que más intensamente y desgarradoramente nos hace sentir.
Desperté. Eso es lo que importa hoy, que soy más feliz que infeliz, que disfruto más que sufro, que vivo y me siento vivo, que me alegro a cada segundo de seguir respirando y pienso en todas las oportunidades bonitas que me ha regalado la vida tras el gran intento de suicidio, no solamente oportunidades sino momentos inolvidables, personas buenas y un gran número de cosas que ahora veo y que merecen mucho más la pena que morir, que estar muerto.
Pienso en todo lo que me hubiese perdido y es cuando se me escapan las lágrimas más tristes, si no hubiesen sido capaces de reanimarme en el hospital ya no estaría aquí y no tendría ni me tendrían las personas a las que más quiero: mi familia y mis amigos.
Hubiese hecho un viaje sin retorno a lo incierto, pues nadie me aseguraba (ni aún nadie nos puede asegurar) que al otro lado, que en el más allá no exista dolor y sufrimiento, aún no sabemos si la vida acaba con la muerte, si bajamos el interruptor y todo termina. Nadie ha vuelto de la muerte y nos ha demostrado que no hay ese dolor del que escapamos, nadie puede demostrar hoy que todo termina.
Después de ese intento de viaje fallido a la muerte, he sido capaz de superarme una y mil veces, de renacer más fuerte como un ave fénix y he crecido mucho como persona, tanto que he descubierto que son mejores los viajes en coche, tren, avión o bicicleta (aunque yo sea algo fóbico de los medios de transporte) que los viajes anticipados a la dudosa inexistencia.
También vi sufrir muchísimo a mi familia y seres queridos y os aseguro que el dolor que había podido yo sentir al hacer el intento, por muy grande que fuera para mí, no tenía nada que ver con el que les hice sentir a ellos, es más, no suponía ni una milésima parte de la angustia y el dolor que sintieron esos días de desconcierto y que aún sienten ahora al recordar ese suceso de mi pasado que demolió y convulsionó literalmente sus vidas, ellos no lo merecían. Quien paga amor con dolor, es muy mal pagador.
La muerte es una desconocida. Es una transición, un cambio a otro estado que a todo el mundo le llega, pero por mucho que se sufra no es necesario adelantarlo pensando en que todo lo malo va a acabar, cuando no sabemos si es así o no.
En esta vida no podemos evitar el sufrimiento pero si podemos paliarlo viendo la luz en la oscuridad y no enfocándonos en la sombra o sombras que nos rodean, se trata de apuntar nuestros ojos, nuestras consciencias en la dirección apropiada, tratando de tener una mirada y una actitud positiva, viendo lo bueno que hay en cada oportunidad, en cada momento, en cada persona, incluso si nos ponemos, en cada crisis o en cada cicatriz.
Ojalá yo no hubiese tomado esa determinación jamás, ojalá hubiese pedido ayuda o consejo a mi familia y seres queridos, aunque fuese simplemente pedir consuelo, y hubiese puesto palabras a mi sentir y a mi imperiosa necesidad de irme, me hubieran ayudado seguro.
Elegí, sin embargo, a una mala psicóloga que se rió a carcajadas y me dijo que yo no era capaz de hacer eso, que no tenía valor. Eso me motivó más a hacerlo, fue una mezcla entre un insulto y un reto en los que yo caí y no pensé más en mis actos ni en sus consecuencias. Es más, aunque pasé más de un mes preparando y premeditando minuciosamente mi despedida del mundo desde aquella carcajada solo estaba obsesionado y escuchando un único pensamiento en mi cabeza y no me daba cuenta de que la vida iba mejorando poco a poco para mí, de que no me faltaban amor ni muchas otras cosas materiales o no, de que no hay victoria sin lucha y de que si uno se rinde… pierde igualmente la partida.
Yo por suerte tuve una segunda oportunidad y os puedo decir que es lo más maravilloso que me ha pasado en este mundo, el volver a nacer, el despertar de ese estado comatoso y redescubrir la vida, los momentos, las personas…
Pero hay veces que es demasiado tarde para segundas oportunidades, no dejes que ese sea tu caso, redescubre la vida, los momentos, las personas… sin intentos autolíticos, sin tentar a la muerte, te esté sucediendo lo que te esté sucediendo te pueden ayudar, habla sin miedo, sin tabúes, sin cortapisas y pide ayuda y consejo, opinión y consuelo a más de una persona, sobre todo a tu círculo inmediato. Y si tienes la mala suerte que tuve yo al dar con una mala profesional no caigas en su juego, porque lo que perderás es lo más valioso que nos han dado al nacer:
LA VIDA.
Por Pedro A. Lara, blogger de afición e interesado en el crecimiento y desarrollo personal, así como defensor de los derechos fundamentales de las personas.
Puedes leer más post de Pedro en su blog personal: http://siguiendoadelante.tumblr.com
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