Fundación Manantial blog
Fundación Manantial blog
19/03/2020
Desde hace unos días la oscuridad se ha cernido sobre todos nosotros, nuestro mundo se ha tornado en un lugar tremendamente hostil y reducido, el aislamiento, la soledad, el vacío, de pronto invaden completamente nuestra vida sin defensa posible frente a una amenaza exterior desconocida que nos atemoriza.
Vivimos un tiempo de excesos, los medios de comunicación, las redes sociales, los grupos de whatsapp,… todo el tiempo y sin descanso nos llega un exceso de información muchas veces apocalíptica y desmedida que no nos deja descansar, un Otro en un parloteo constante y sin límite.
Poco a poco vamos acostumbrándonos a este estado de alarma, somos conscientes de que es nuestra responsabilidad cívica, que todos tenemos que colaborar para proteger a los más vulnerables y frenar esta pandemia y este desborde sanitario sin precedentes.
¿Pero acaso se puede uno habituar a ese otro exceso, a ese bombardeo del miedo, a este estado de terror continuo que entra por nuestras múltiples pantallas de forma desmedida y descontrolada, se puede vivir con ese acoso que nos paraliza?
Os voy a hablar desde mi experiencia en propia voz, de lo que me ha ocurrido a mí, y que me ha enseñado que tenía que poner un límite en la medida de lo posible a esta desmesura.
Llevaba unos días bastante sobrepasada, un poco como todo el mundo, en un estado lindando con lo depresivo por una dificultad de tramitar todos estos cambios vertiginosos que estamos viviendo, con sensación de alarma y de peligro constante, con miedo e incertidumbre. Por un lado, me daba cuenta que había algo de desproporción en la información continua y mi cabeza necesitaba desconectar, pero de otro me asaltaba el miedo del riesgo de perderme alguna información vital para mantenernos a salvo, si cortaba su entrada.
Hoy, después de la experiencia en cierto modo traumática de anoche, me he cerciorado de que mi primera percepción era la correcta.
Ayer por la noche tuve una experiencia alucinatoria, muy metafórica y clara, cuando apagué la luz, apareció de pronto una imagen que me invadió: unos pájaros negros se mostraron frente a mis ojos sobrevolando por encima de mi cabeza, acechantes.
Creo que no podía haber sido más aclaratoria y lucida, pues es una gran metáfora de esa sombra que llevo sintiendo días planeando sobre nuestras cabezas, la sombra del miedo, de la amenaza, de la angustia desbordante y continua, del pánico generalizado que estamos viviendo.
No creo que esta alucinación sea una muestra de locura, sino más bien de cordura, en la estructura psicótica lo que excede y no se puede tramitar en lo simbólico retorna en lo real, siempre es así, mi psique no estaba pudiendo con este exceso y la experiencia delirante produce un escape ante algo que es imposible de soportar.
Lejos de necesitar un neuroléptico que tapone esta experiencia y me prive de la enseñanza que contiene, necesito apoyarme en las palabras y en el silencio. Palabras para nombrar lo que me pasa, lo que estoy sintiendo con esta experiencia que es traumática para todos, pero que en mí tiene su particularidad, y palabras para poner límite al otro, a este exceso, y conseguir ese espacio de silencio, de respeto a mí misma y a lo que yo puedo tolerar.
Puedo asumir el aislamiento y hacer mi parte, que es mantenerme en casa siguiendo rigurosamente las indicaciones de las autoridades sanitarias, pero no puedo vivir al borde del pánico, escuchando audios y vídeos que nos anuncian permanentemente un precipicio, ni escuchar las cifras de fallecidos e infectados continuamente como siniestros marcadores de la muerte.
Necesito espacios para la vida, para la creación, para la risa, también para el contacto virtual con otros a los que quiero, espacios para compartir, para cuidarnos en la distancia, para acompañarnos, pero no a costa de un único tema de conversación que lo invada todo, como las lacónicas cifras o los aullidos del miedo.
Esta mañana, después de mi sesión con mi analista por skype, he hablado con todos mis amigos, les he pedido que me cuiden y les he comunicado que necesito dejar de recibir esas informaciones alarmantes que me desestructuran, me he desconectado de todos los grupos de whatsapp diciendo que estaré encantada de hablar con cualquiera que me escriba por privado, pero que necesito un poco de silencio y de paz para transitar este momento.
He empezado un taller de escritura creativa online con un gran maestro y poeta que me está permitiendo poner en palabras mis sensaciones, poder nombrar lo que me pasa y lo que siento, encontrando un espacio para mí misma, un espacio físico y subjetivo.
La paz ha venido y ahora estoy en calma, pues el instante delirante ha puesto sobre la luz lo que yo necesitaba para estar bien, he tenido que superar el miedo de la experiencia alucinatoria, de que lo real me invada, y he tenido que elaborar su sentido y aprender lo que me estaba mostrando.
El delirio ha venido a ayudarme, como una señal para que pueda reconducir algo, para que pueda parar a tiempo lo que me hacía daño y rectificar.
Habrá todavía quien me juzgue y me tache de loca desde esa supremacía cuerdista, como dirían mis compañeros, por tener estas experiencias, pero no me importa, tengo una estructura psicótica y así funciona mi psiquismo, esto es lo que me protege del desastre, lo que me ayuda en cierta forma a vivir, no me avergüenzo ni tengo miedo de soportar mis dificultades.
No siento que esta experiencia sea un hándicap en mi vida, yo no me adapto a este mundo que curiosamente vive ahora en una paranoia social desmedida, busco mi forma única y particular de estar en él.
La experiencia del Cv-19 la atravesaré con mis propios recursos, a mi manera, inventando mi propia fórmula, aunque irónicamente estoy convencida de que esta fórmula social que se impone muy cuerda precisamente no es.
Esperemos que esta pesadilla acabe y que podamos sanarnos pronto de este trauma, que la vida vuelva a su cauce, pero ojalá que no sea sin aprender de solidaridad y de preocuparnos por cuidar los unos de los otros, porque si esto nos ha enseñado algo es que todos somos vulnerables y necesitamos de los otros para sobrevivir.
Silvia García Esteban
Poema de Mar Benegas inspirado en estas reflexiones
Silvia es mediadora de lectura con pacientes psiquiátricos, responsable de un taller de lectura en el CSM de Hortaleza, y activista y formadora en Salud Mental como experta en primera persona para profesionales y conferenciante en el campo de la literatura y la salud mental. Colaboradora de la Fundación Manantial en formaciones, actos de sensibilización y congresos. Pertenece a a la Sección Psicoanalis de la AEN y colabora con el Instituto Europeo de Salud Mental Perinatal y su proyecto de prevención de la psicosis postparto.
Leave a Reply