Blog Fundación Manantial
Blog Fundación Manantial
07/07/2015
Nos conocimos en un lugar triste: la protectora de animales. Compartías un pequeño habitáculo con otras dos perritas viejas y enfermas, como tú. Cuando te vi por primera vez, jamás se me ocurrió pensar que un día llegarías a ser parte de mi familia.
Siempre fuiste delicada y amable; a veces triste. Otras, alegre, porque sabías que iría a pasearte un día a la semana. No era mucho, pero tú siempre te contentaste con poco. Tu corazón de perrita buena solo buscaba un poco de cariño humano: una caricia, un paseo o un trocito de carne, que sabías que yo os daría a tus compañeras y a ti siempre que acudiera a nuestra cita.
Mis días como voluntario se estaban acabando, y al fin me atreví a sacarte de aquel lugar que a ningún perro le gustaba. Los cinco años que estuviste dentro te marcaron para siempre, como supongo que también lo hicieron tus años anteriores de vida con una familia. ¿Llegaron a maltratarte? Las cicatrices en tu carita de animalito bueno así lo atestiguaban, al igual que tu comportamiento. Te quedabas inmóvil durante largos espacios de tiempo, de pie y con la mirada perdida en la pared. A mí me dolía verte así, traumatizada, pero sabía que estar con nosotros era la medicina que poco a poco te iría curando.
En los cortos trece meses que estuviste conmigo, me enseñaste que la bondad lleva su premio consigo.
Todos te queríamos. ¿Cómo no hacerlo? Tenías un gran corazón y nunca te enfadaste ni protestaste, lo que sirvió para que te quisiéramos aun más. Recuerdo cuando corrías de un lado a otro del garaje, loca de contenta porque sabías que estabas con nosotros, que nunca te dejaríamos. Nos hacían gracia tus carreras y nos alegrábamos de verte feliz. Cuando te sacaba a pasear, la gente se asombraba de que un animalito tan mayor pudiera tener tanta energía.
Y nos dejaste a finales de mayo. Yo no pude estar contigo en tus últimos momentos. ¡Me habría gustado tanto despedirme de ti! Decirte adiós o hasta luego, apoyándote en tu dolor. Mi madre me contó que no sufriste mucho, que la muerte llegó rápida bajo la forma de una inyección letal. Al menos, sé que pensaste en mí antes de irte.
Ahora descansas tranquila en algún lugar, lejos de este mundo ambiguo, que te hizo daño pero que también te trató bien. Ojalá que volvamos a encontrarnos algún día, Ámbar, en un sitio sin dolor y lleno de felicidad, donde podamos seguir compartiendo nuestras vidas junto a los que ya nos dejaron.
Sé feliz allí donde estés. No te olvidaré nunca.
Álvaro Villalón Mateos
excelente narración del gran cariño que puede sentir una persona hacia las mascotas, pero he de hacer una salvedad y dudo que en el otro mundo, quizás me equivoque llegues a encontrar tu delicada perrita, ya que las personas estamos dotados de dignidad ante Dios y como tales tenemos parte de una herencia en el otro mundo muy superior a los animales, que aunque a veces son fieles compañeros en la soledad, no llegan a suplir la compañía de una persona allegada, porque desgraciadamente las mascotas muy cercanas a las personas, no tienen la capacidad de hablar, leer y escribir como hacemos los humanos, aunque dotados de inteligencia y a veces sentimientos que pueden formar parte de nuestra vida, no llegan a compartir lo que a los hombres y mujeres tenemos derecho con el bautismo y demás sacramentos en la vida moral, no te niego que quisieras a esa perrilla pero el amor humano es más fuerte y noble que el amor que se puede tener a una mascota, quizás la quisiste a cegar y solo fue tu leal compañera durante quizás mucho tiempo, pero el consejo de un buen amigo supera en creces lo que te pudiera corresponder dicha mascota, y a mi forma de ver vale más un amigo o una amiga que toda mascota que haya podido formar parte de tu vida, incluso la resignación que pudiste sentir cuando partió de este mundo, no es que tenga nada contra los perros a los cuales respeto, pero sigo creyendo que a pesar de los pesares más vale el amor que te pueda dar un ser humano, que todo el cariño depositado en dicha mascota. Para los hombres y mujeres en el otro mundo tenemos destinado el encuentro con Dios en toda su plenitud, ahora no se lo que tendrá destinado una mascota en el otro mundo, eso habría que preguntárselo a Dios que es el supremo hacedor y quién en la mayoría de los casos destina a cada persona el lugar que le corresponde, después de morir en este mundo. La dicha que tendrán las mascotas en el otro mundo no lo sabemos nosotros, solo lo sabe Dios.
Álvaro, me encanta la foto que has subido de Ámbar y como la describes. Te entiendo perfectamente porque siempre he vivido cerca de algún perro (más bien perra, por algún motivo en mi casa siempre hay mayoría de féminas incluyendo a las mascotas). Es un amor distinto, especial, establecemos una relación en nuestro caso con los perros que nada tiene que ver con nuestros amigos, parejas… es otra cosa. A mi me encanta vivir cerca de un perro y haber criado a mis hijas con un perro al lado, siguiéndolas a todas partes, acompañándonos y por supuesto dando la lata o comiéndose algún zapato de vez en cuando.
Como bien dices, no hay mejor medicina que estar cerca de gente que te quiere. Eso cura cualquier cicatriz, las de Ámbar y las nuestras.
Muchas gracias por vuestros comentarios, Gerardo y Helena.
Gerardo, solamente decirte que no sé dónde van las mascotas cuando mueren, pero pienso que Dios, con su gran bondad, permitirá que nos reunamos con nuestros seres queridos (ya sean personas o animales) cuando hayamos terminado nuestro ciclo vital.
Helena, estoy de acuerdo contigo respecto a que nos amamos con cada ser vivo de manera diferente, y que el amor a los animales no es un amor "menor", solo distinto. Un perro , por ejemplo, te puede dar mucho cariño ( las personas mayores que viven con una mascota lo atestiguarían). Yo di y recibí mucho cariño de Ámbar y eso es lo que me llevo: tener la suerte de haber podido compartir con ella trece meses de existencia.
Un saludo.
Nunca he tenido mascota y a veces me cuesta entender el dolor que sienten quienes pierden una. No hace mucho tiempo uno de mis mejores amigos perdió a su perrito, tras acompañarlo durante su larga enfermedad. En parte estoy de acuerdo con lo que dice Gerardo. Igual que nos apegamos a las personas, lo hacemos con las mascotas. Cada cual tiene sus creencias y piensa qué tipo de "cielo" puede o no haber para ellas. Me parece una expresión exagerada, a aquellos, muchos, que tratan a su mascota como si fuera su propio hijo… ¡Comparar a un hijo con un perro, por ejemplo!. No sé, me parece desmesurado. A las mascotas se les coge cariño, mucho, a veces, pero llegar a quererlas como a tu propio hijo…