Blog Fundación Manantial
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13/04/2020
Cuando me sobrevino la enfermedad, me encontraba en mi mejor momento. Estaba en el Club Boxeo La Unión de Castellón y entrenaba todos los días en el Pabellón Polideportivo “Ciudad de Castellón”. No llegué a competir en boxeo, por eso no puedo decir que sea ex boxeador, pues para serlo, hay que haber competido. Yo lo más que he llegado es a “hacer guantes” (que es como se denomina al hecho de boxear cuando estás entrenando con un compañero de gimnasio o con el propio preparador, no habiendo competición de por medio). No fumaba, ni bebía, ni me drogaba. Hacía vida sana. El preparador (Manolo Pérez), quien había llegado a ser seleccionador nacional de boxeo hacía algunos años, me dijo que iba a ir al Campeonato de Levante. Podría decirse que era un deportista.
Desde mi punto de vista, hacer deporte es hacer lo que te dice un preparador o un entrenador y no hacer preguntas al respecto de ¿por qué debo hacer esto o aquello otro? Simplemente lo haces porque te lo dice tu preparador y punto.
Los dos o tres últimos meses que estuve en el Club Boxeo la Unión, fue cuando se me empezó a desarrollar la enfermedad, decía disparates y cosas que no podían ser. En fin, tenía delirios y paranoias y al final acabé marchándome del gimnasio federativo, en el que solo se hacía boxeo y el que iba lo hacía porque quería competir. De alguna manera, me di cuenta de que no me iban a sacar a competir, debido a que probablemente se habían dado cuenta de que yo no regía bien y decidí probar suerte en el club boxeo Sedaví de Valencia, en donde apenas estuve un par de meses. Entonces, mi sueño se esfumó. Yo quería competir, ese era mi sueño. No me motivaba ganar títulos, dinero o fama. Quería probarme en competición y liberarme de los complejos de los que te libera la práctica de un deporte como el boxeo.
Hacía ya algún tiempo que la familia me había dado la espalda. No querían saber nada de mí. Mi hermano se compró un piso y mis padres se fueron a vivir con él, dejándome a mí solo en casa. Al principio me las apañaba bien, pues trabajaba, pero cuando el conseguir trabajo ya no era tan fácil, fue cuando me marché a Valencia. Movido por entrenar en el Club Boxeo Sedaví, en el que yo creía que iba a competir y para conseguir un trabajo que no conseguí, aunque en aquel entonces estaba percibiendo la prestación por desempleo. Se terminó la prestación por desempleo e hice un par de trabajos de dos o tres días. Nada más.
Fue cuando empecé a vagabundear. Me fui a Estrasburgo a poner una demanda contra el estado español y anduve vagabundeando por allí una temporada. Al final, el consulado español en Estrasburgo me pagó el billete de vuelta a casa, pues yo estuve en un albergue para vagabundos y en alguna ocasión tuve que dormir en la calle.
Comencé un periplo en el que iba y volvía. He vagabundeado por Zaragoza, San Sebastián, Le Puy de Dome en Francia, también Niza y París. En Le Puy de Dome (no recuerdo el pueblo en el que estuve), fui a un albergue en el que el director habló con las autoridades españolas y me consiguió un billete de autobús para volver a España, pero yo lo rechacé porque no quería volver, aunque al final acabé volviendo por mis propios medios. Estuve unos días en casa y luego me volví a ir, pasé por Francia e Italia, en donde llegué a Trieste. Allí fui a un albergue que dirigía una monja y esta se dio cuenta de que yo no regía muy bien de la cabeza y me llevó a salud mental de Trieste. Estos hablaron con las autoridades españolas y me repatriaron a España en avión desde Venecia, que es el aeropuerto más cercano. Llegué al aeropuerto de Manises y allí me estaba esperando una ambulancia para llevarme al hospital provincial de Castellón e ingresarme forzosamente. Fue lo que se denomina un ingreso no voluntario.
El psiquiatra que me atendió, nada más llegar, era un poco bruto. Me informó que no podía salir de allí. Yo le pregunté que si salía por la puerta que si vendría la policía a buscarme. Me respondió que sí y además me dijo que le había amenazado con escaparme, motivo por el cual me puso un pinchazo y me dejó frito, aunque no llegaron a atarme a la cama, pues esa función la hizo la inyección que me puso, pues no podía ni articular palabra. Estaba ante mi primer ingreso en un hospital psiquiátrico y tan solo hice una solicitud de información, no una amenaza velada. Desde mi punto de vista para ser psiquiatra hay que saber distinguir lo que es una pregunta o solicitud de información de lo que es una amenaza y este señor se pasó de la raya. Una amenaza hubiera sido si yo le hubiera dicho: “si no me dejas salir de aquí te voy a partir la cabeza”. Eso sí hubiera sido una amenaza velada, pero yo, como he dicho antes, tan solo hice una pregunta y no había motivos para hacerme lo que me hizo.
Al día siguiente, el psiquiatra que llevaba mi caso era el Dr. Mora. No sé cómo, pero consiguió que mi madre viniera a verme y al cabo de un mes consiguió que me aceptaran en casa de nuevo.
A los seis o siete meses de estar en casa, me vino otro mazazo encima. Ingresé en la cárcel de Castellón por una bofetada que le di a mi madre. El hecho es que fui un día a casa de mi hermano (cuando me encontraba mal, antes de que me repatriaran de Trieste y durante los dos o tres años que anduve vagabundeando), y mi madre no me dejaba entrar. Abrió la puerta y cuando vio que era yo se dispuso a cerrar, pero yo puse el pie entre el marco y la puerta, y no pudo cerrar. Conseguí entrar en casa e ir hasta la habitación en donde estaba la llave del coche y la cogí, aunque mi madre no se dio cuenta. Ella lo que hizo fue abalanzarse sobre mí, tirarme de los pelos, hasta el punto de que me arrancó algún mechón. Cuando me soltó, estaba en medio del camino de salida a la calle, así que le di una bofetada y, como consecuencia, le salió un pequeño hematoma en la barbilla del tamaño de una moneda de diez céntimos. De modo que, a los dos años, cuando salió el juicio, me llevaron a la cárcel de Castellón primero, en donde pasé once días, y al Hospital Psiquiátrico Penitenciario de Alicante, después. Me cayeron nueve meses y los cumplí íntegros. Para entonces ya estaba bien con la familia y venían a verme a Alicante cuando podían.
Al salir, al poco tiempo me vino la pensión no contributiva que estoy cobrando. Estaba en casa con mis padres y yo estaba bien. Poco a poco iba ayudando a mis padres en las tareas de casa. Al principio iba a comprar con mi padre, luego ponía el lavavajillas, luego le daba la medicación a mi madre, pues ella está enferma. Al final acabé cuidando de ellos, pues están ya mayores y hago yo la compra, la comida, etc.
A los tres o cuatro años de salir de la cárcel, me planteé una prueba de acceso a un Ciclo Formativo de Grado Superior de Administración y Finanzas. Fui a la EPA (Educación Permanente de Adultos), en donde organizaban cursos de acceso a ese ciclo. Conseguí entrar en el Ciclo y también sacarme el título de Técnico Superior en Administración y Finanzas. Incluso llegué a matricularme en la UNED en un grado en Lengua y Literatura Española, que tuve que dejar, ya que tenía obligaciones en casa que no podía dejar, ya que mi padre estaba algo mayor y había que cuidar de él. Desgraciadamente, mi padre falleció el 24 de noviembre de 2019 y ahora vivo solo. Cogió un cáncer de pulmón y desarrolló una metástasis en la cadera, que se le diseminó por los pulmones y fue de eso de lo que falleció.
La Fundación Manantial ha jugado un papel muy importante en mi inserción sociolaboral, pues en mi etapa en FOL (un curso de Formación y Orientación Laboral que organizaba la Fundación Manantial) me di cuenta de aquello que debía mejorar y aquello en lo que era bueno, gracias, en parte, al análisis DAFO. Además, me ayudaron a conseguir un trabajo, en el que ya llevo casi cuatro años y en el que estoy con contrato indefinido. Pero yo no me he detenido ahí, sigo planteándome nuevos retos, nuevas metas y nuevos objetivos. Así que, seguramente, retome el grado en Lengua y Literatura Española en la UNED en cuanto me sea posible.
Para finalizar y como conclusión, retomaré el sueño que tenía cuando practicaba boxeo, que era competir, probarme en competición. Ese era mi sueño. Ahora me doy cuenta, “que no tienes que odiar a todas las rosas porque una te pinchó, de la misma forma que no tienes que renunciar a todos tus sueños porque uno de ellos no se cumplió” (El Principito, Antoine de Saint-Exupéry). Es cuestión de que, ante la adversidad que supone una enfermedad como la nuestra, tenemos dos opciones: situarnos en el papel de víctimas, es decir, no salir de nuestra zona de confort y limitarnos a decir ‘qué injusta es la vida’, o la sociedad, etc.; o ser nosotros los protagonistas de nuestras vidas, fijarnos unas metas y unos objetivos y luchar por conseguirlos y, en definitiva, llevar las riendas de nuestra vida.
Balbino Monleón Mechó
[…] Fuente: Fundación Manantial […]