El alba soñaba ser la más admirada por todo ser viviente
en toda la faz de la tierra.
Su padre el sol le propuso: para lograr ser la más bella de todas mis hijas
en “el reino de la luz” tendrás que olvidar las rencillas y los celos
que tienes de tu hermana “la Aurora Boreal”.
Vencerás tu soberbia, pedirás perdón y reconocerás su sabiduría,
no te sientas mal por reconocer la verdad y no te menosprecies por ello.
La pureza de espíritu es importante para lograr tu más anhelado sueño,
conquistar el corazón de tu amado “El Crepúsculo”.
Solo así, él estará dispuesto a caer rendido a tus pies.
El Crepúsculo es hijo de la luna, él te respetará y te admirará, sé humilde,
cálida como yo, y transparente como las vertientes aguas cristalinas
que llegan a los bosques, para formar los ríos que desembocan en el mar.
De acuerdo padre, así haré, pero por favor no se lo digas a mamá.
Querida hija, tu secreto, está a salvo pero, tu madre la naturaleza
se enfadaría si la mentimos, ella no es muy tolerante,
pero sabe contenerse, por algo dicen
que la madre naturaleza es muy sabia. ¡Ya hablaré yo con ella!
¡Vale papá! Muchas gracias.
Anda hija, ¡corre a los brazos de tu amado!
El alba habló con su hermana la “Aurora Boreal” y esta quedó perpleja
al escuchar las palabras hermosas y sensatas de su hermana.
Y le contestó: “Me siento orgullosa de ti, has tardado milenios en reconocerlo y aunque a veces la verdad duela es mejor así”.
“Ve y toma a Crepúsculo por novio y que seáis felices”.
¡Gracias hermana!
Su padre el sol, tuvo una acalorada discusión con la madre naturaleza,
su esposa,
pero todo acabó bien.
El Crepúsculo y el alba se casaron, y de esa relación
nació un hijo varón, tan rubio y luminoso
como su abuelo.
Le pusieron de nombre “Centella” y era mucho más rápido
que la luz del sol.
Tenía un bello don, hacía pasar los años más rápidos
que la vida misma.
Su padre Crepúsculo le dijo, no corras tan rápido hijo mío,
o nos harás envejecer a tu madre y a mí
¡y aún queremos seguir siendo jóvenes!
La madre contestó: Es que para nuestro hijo,
cincuenta años son solo un día.
Qué texto más bonito, Yarrek! Me gustaría volver a leer algo tuyo.