Blog Fundación Manantial
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20/11/2018
El pasado viernes 16 de noviembre, vivimos unas jornadas emocionantes organizadas por la Fundación Manantial, que nos convocaba bajo un significante: “Grietas en rehabilitación psicosocial: una revisión crítica”. Una propuesta que quiso dar lugar a la pluralidad de voces en torno al concepto de rehabilitación, y que en un formato novedoso, tomando el dialogo como punto de partida, nos planteaba ya en sí mismo un posicionamiento ético.
Inició las jornadas el presidente Francisco Sardina con un discurso valiente e inspirador, recordándonos todo lo que se ha avanzado en este último tiempo en la Comunidad de Madrid, pero poniéndonos como meta la lucha por los derechos humanos de las personas con problemas de salud mental que a día de hoy siguen siendo vulnerados en muchos contextos sanitarios y sociales.
Se fueron sucediendo las palabras y las mesas, donde se fueron poniendo de relieve los distintos enfoques y cuestionamientos por parte de profesionales y usuarios. Hoy me gustaría compartir con vosotr@s algunas cuestiones que me suscitaron las distintas participaciones, en especial la primera mesa que no estuvo exenta de polémica. Algunas de ellas las pude compartir con la sala, gracias siempre a la generosidad de la Fundación que nos da siempre voz en sus encuentros, pero otras se me quedaron en el tintero y se cierne sobre mí una necesidad imperiosa de expresarlas.
La primera que se me suscitó fue en relación a ese diálogo entre las distintas partes que abordan los procesos de rehabilitación psicosocial, y observando que falta una pata imprescindible para que se sostenga, que no es otra que la participación de personas afectadas por esta problemática, que puedan tener voz y voto en esta conversación. Lo dice muy bien el psicoanalista Antonio Di Ciacca: «Es mejor estar al lado del psicótico, que enfrente del psicótico».
La segunda, que los procesos de rehabilitación no pueden ser estándares, deben ser lugares por inventar, lugares donde el sujeto pueda construir su propia respuesta. La medicina y los abordajes sociales fracasarán siempre, si están diseñados desde el discurso del amo, si pretenden hacer que las personas con problemas de salud mental se sometan a los ideales de un otro ajeno, por mucho que ese otro lo haga desde unas supuestas buenas intenciones.
Los tratamientos en salud mental y rehabilitación deben, según mi opinión, abordarse desde la humildad que implica reconocer que es el sujeto el que tiene el saber, y que hay que acompañarle para que sea él quien lo construya en cada caso.
Aceptar de una vez por todas que no somos ningún desequilibrio bioquímico, que somos personas con una historia. Salir de esos estándares sobre lo que supuestamente es, o deja de ser una persona psicótica, pues estos estándares no dejan de esconder prejuicios. Las personas psicóticas no son personas con tendencia al aislamiento, ni personas a las que no les guste el lazo social, son personas que muchas veces no disponen del código para comprender las interacciones sociales, que no disponen de esas herramientas, y ante la angustia que les generan estas situaciones, se terminan aislando para evitarlas.
Hay que preguntarse más por la causalidad de las cosas y pensar que ocurriría si a esas personas les ayudamos a entender ese código desde su propia subjetividad. Todos los seres humanos necesitamos ser valorados y aceptados, a nadie le gusta estar aislado pero a veces la respuesta es fruto de un sufrimiento muy profundo.
Y llegados a este punto, no quiero dejar pasar la oportunidad de hablar sobre eso que se nombró por parte de uno de los ponentes, que afirmó si no me equivoco, que hay un 30% de pacientes que no se pueden rehabilitar porque no quieren trabajar o no quieren colaborar. Me parece un discurso muy peligroso y perverso, y me llega a hacer la siguiente afirmación a la que también se refirió Antonio Ceverino en su intervención, no puede haber rehabilitación sin justicia social.
Es muy fácil el discurso «el psicótico no quiere rehabilitarse» en vez de cuestionar nuestro sistema social. En vez de cuestionar un mercado laboral caótico y alienante, un mercado que no tiene en cuenta la diferencia, que lejos de integrar, segrega. La respuesta de un sujeto a rechazar lo laboral no implica que no quiera integrarse, es muchas veces una manera de protegerse de algo que considera un peligro que le acecha. Porque el sujeto psicótico despliega una verdad que debe ser escuchada, incluso cuando se niega a ciertas intervenciones.
Vivimos en una sociedad profundamente injusta, que nos estigmatiza en su intento de separar normalidad y locura cuando en realidad esta frontera está muy difuminada. Luchar por una sociedad más justa y ser activistas en salud mental forma parte intrínseca de esta trinchera que es el trabajo de rehabilitación.
Por último y no menos importante, me pregunto seriamente, en esta sociedad en la que sólo se concibe el éxito o la segregación, qué papel se nos da a las personas con problemas de salud mental. ¿Es un éxito solamente pensar que una persona con esta problemática tan importante para su vida y que tanto esfuerzo le lleva en su economía subjetiva se rehabilita teniendo un trabajo e integrándose de esta única forma en la sociedad?
Esta sociedad que todo lo tiene que cuantificar de verdad tiene en cuenta lo que no es cuantificable ¿Es cuantificable mi dignidad? ¿Es cuantificable la lucha contra corriente que cada uno de nosotros hacemos para resistir contra los embates de la pulsión de muerte? ¿Cuantificable es lo que nos hace sentir bien y que está por fuera de lo que se supone que es estar integrado en la sociedad? ¿No es ya un éxito en sí mismo que una persona pueda sostenerse con una estabilización que pueda construir, sin empujarla a una actividad laboral en este precario mercado que pueda llevarle a destruirla? ¿Es cuantificable nuestro talento y nuestro deseo?
Tenemos muchas preguntas, pero ya tenemos algunas respuestas, los recursos de rehabilitación funcionan, lo hacen acogiendo a las personas y dándoles dignidad, ofreciéndoles un lugar de acogida y escucha. Para mí, estar en un proceso de rehabilitación no tiene que ver con la funcionalidad, tiene que ver con el grado de bienestar que puedo lograr.
No quiero que una máquina me mande un mensaje automático preguntando de modo impersonal como estoy, no necesito cuantificar mi malestar.
Necesito humanidad, necesito palabras que me den fuerza y que una persona dedique un poco de su tiempo a escucharme.
La buena noticia es que esto existe, se hace bien, desde mi grata experiencia en un recurso de Fundación Manantial, esto lo puedo gritar a los cuatro vientos. Los recursos de rehabilitación mejoran la vida de las personas con problemas de salud mental.
Ahora bien, como sociedad tenemos que replantearnos muy seriamente que es el éxito o el fracaso más allá de los números.
No todo en esta vida pasa por ser productivo o someterse a la norma, la psicosis en sí misma no deja de ser un grito ahogado contra esta sociedad profundamente deshumanizada.La psicosis habla y nos dice que no podemos adaptarnos a esta locura de mundo, necesitamos un mundo más humano que nos acoja y que nos admita en nuestra diferencia.
Un desencadenamiento es una catástrofe subjetiva sin límite, que encierra una verdad, algo que supera al sujeto por no contar con las herramientas simbólicas para poder elaborarlo. Tengamos esto en cuenta, no empujemos a la normalidad, construyamos y apoyemos espacios para sostener a las personas, desde la humanidad y la solidaridad, creemos recursos materiales que ayuden a vivir.
Y hagámoslo desde el convencimiento de que es una cuestión de justicia, no de caridad, de que hacerlo nos convertirá en una sociedad mejor. No somos débiles, somos muy fuertes porque vivir con un problema serio de salud mental requiere de una profunda valentía. Reconozcamos el valor de estas personas y no olvidemos que no es algo ajeno, no olvidemos que es algo que puede ocurrirle a cualquiera y que es función de la sociedad dar un buen lugar a cada una de las personas que habitamos en ella.
Silvia García Esteban
Silvia es experta en Literatura infantil y juvenil, escritora y poeta. Antes de descubrir el mundo de la literatura y el inmenso poder de curación de las palabras, trabajó como mediadora en diferentes proyectos sociales relacionados con el mundo de la inmigración y el refugio.
Tiene un particular compromiso con la infancia, llegando a desarrollar durante cuatro años el proyecto ‘Mamá de día en su hogar’, un espacio de acompañamiento respetuoso para niños entre 0 y 3 años.
Actualmente lleva a cabo un proyecto de animación a la lectura y creación artística en un cole de Madrid.
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