Fundación Manantial blog
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26/02/2019
Kiko Amat (San Boi de Llobregat, 1971). Abandonó los estudios a los 17. Es autor de 5 novelas y 2 libros de no ficción. Su última novela, Antes del huracán (Anagrama, 2018), publicada en la colección Panorama narrativas, es su última referencia.
Hace alrededor de diez días, al percatarme de que en el muy recomendable blog de Kiko Amat aparecía su email, decidí probar suerte y aventurarme a deslizarle, sin muchas esperanzas, una entrevista, después de leer con fruición su última novela. El resultado salta a la vista. La amabilidad del autor me alegró y conmocionó a la vez.
-¿Qué es lo que ha cambiado para pasar de publicar en la colección Contraseñas a ahora hacerlo con el de Panorama narrativas?
Cuando empecé en Contraseñas escribía con un estilo más pop que encajaba bien en una colección que estaba casi finiquitada (durante una época Contraseñas era yo, aunque suene a frase del Rey Sol). Me influenciaban mucho Richard Brautigan y Colin McInnes, dos autores que habían sido publicados allí. Todo encajaba. Ahora no escribo tan pop, aunque mis temas, lugares y clase social siguen siendo los mismos. Y por eso estoy en Panorama de Narrativas. Me he vuelto “serio” (ni en coña).
-Tus cinco novelas han estado editadas por Anagrama. ¿Te costó mucho el acercamiento a esta editorial?
No, en absoluto. Fue muy fácil. El azar jugó una parte nada desdeñable, debo admitir. Pero, a la vez, mi debut estaba bastante bien. El azar con un debut inmundo no hubiese servido de nada.
-Supongo que te has pateado infinidad de editoriales. ¿Tienes previsto algún otro proyecto fuera de la editorial?
Lo cierto es que no. Me gusta estar en Anagrama. Si se me ocurre alguna astracanada marginal la publicaré en otro sitio, pero mis novelas van a Anagrama por defecto. La mala experiencia de otros autores que han ido brincando de editorial en editorial (creyendo que en la siguiente les harían más caso, o venderían más, o cualquier otro delirio) me previene contra este mariposeo estéril. En el caso de las editoriales, casi siempre mejor loco conocido…
-Cuéntanos, ¿cómo fue el proceso de ponerse a escribir y ver finalmente tu obra publicada?
Yo siempre he escrito. Desde que tenía doce años. Era el mejor de séptimo de EGB escribiendo cuentos. Incluso gané un concurso de redacción provincial de la Coca-Cola (¡gané una televisión! ¡en blanco y negro!) en 1985. Esto tiene que venir de muy lejos, si no mejor no te pongas. Y aún te diré más: antes de escribir, ya era escritor. Mi forma de ver el mundo era artística, hiperbólica, romántica, épica y fabuladora, incluso antes de ponerme a hacer novelas, incluso antes de imaginar que algún día podría escribirlas. No sé quien dijo que uno es escritor siempre, y que de tanto en cuando escribe. Creo que es así. Sin querer ser jactancioso, cuando publiqué mi debut en Anagrama me puse eufórico, pero también sabía que algún día publicaría, allí o en otra parte, porque lo mío no estaba mal, y porque era un contador de historias nato.
-¿Cuáles son las principales diferencias que podemos encontrar entre tu primera novela y esta última?
La principal es que, como un tío que se pone a rasgar la guitarra y de golpe le sale un acorde acojonante que no sabe ni de dónde rayos lo ha sacado, en mi debut yo hacía las cosas por instinto. Estaba aprendiendo en público, como una estrella de cine infantil. Como Joselito, o Shirley Temple. Con los años he ido comprendiendo por qué hago lo que hago, y racionalizándolo, y depurándolo. Afinando mis herramientas. Ahora soy mejor, que es lo mínimo que se le puede pedir a un artista. Y ya que hablamos de la palabra “artista”. Cuando publiqué mi primera novela aún utilizaba la retórica de “yo no soy artista, soy un tío normal que escribe novelas” y todas esas paridas que uno dice por autodefensa, complejo de inferioridad autodidacta y odio a la afectación. Pero lo cierto es que sí soy un artista. Es más: siempre lo he sido.
-¿Cuáles son tus principales herramientas de trabajo?
Imaginación, memoria y oído. También capacidad de comparar entre cosas. Ojo para inspirarte en obras ajenas (pero mantener la distancia para no copiarlas). Sentido del humor. Lenguaje rico. Pelotas para tirar lo que es malo, o no encaja (acabo de tirar a la basura 45 páginas de mi nueva novela; eso nos separa a los escritores de los amateurs). Pero ante todo, creo yo, lo que hace falta de verdad para ser escritor es coraje. Lo dijo tal cual Harry Crews. Mucha gente tiene ingenio chispeante de twit o de publicista, bastante gente sería capaz de escribir un artículo audaz, pero muy poca gente es capaz de meterse en una novela y llevarla a su conclusión. Eso requiere un tipo distinto de mente. Es una travesía 100% solitaria, sin ninguna garantía de éxito ni remuneración, sin el menor acicate en cuanto a adulación o feedback. Eres tú solo, sentándote 5 horas al día ante una pantalla. No es nada glamuroso. Vas en pijama. No sabes cuándo vas acabar, ni siquiera si aquello tiene algún sentido. Para escribir novela hace falta tener una combinación muy particular de autoconfianza y humildad (el menor desequilibrio entre ambas pueden llevar el proyecto al traste). Mucha gente puede correr 100 metros, pero nadie acaba las maratones. Una novela es una maratón. De las jodidas. No te dan ni agua. No hay nadie jaleando. Se ha hecho de noche y la meta está en casa-de-Dios. Miras hacia abajo y vas sin pantalones. Eso es escribir una novela.
-¿No te parece que, de alguna manera, estamos ante una novela bipolar?
Me interesa mucho la bipolaridad. Narrativamente da mucho juego que la visión del protagonista puede ser puesta en entredicho. Nunca sabes si lo que dice es cierto o es un delirio (eso es un recurso cómico y narrativo infalible: la contradicción entre las afirmaciones de Curro y lo que de veras sucede). Pero a la vez es una novela que está escrita para no confundir, para que todo se lea con fluidez y todo encaje. En ese sentido es muy poco bipolar.
-¿Estás de acuerdo con eso que dice la crítica de que la novela es primordialmente descacharrante, a ratos nostálgica y dolorosa?
El mundo da risa y pena. Siempre lo he visto así. Mis novelas cómicas favoritas dejan un poco bastante tristón. Mis propias novelas siempre alternan humor y tristeza (una combinación altamente inestable, pero que a mí me funciona). Me parece veraz. Lo que no es es nostálgica. Si transmite nostalgia a determinados lectores es otra cosa, pero mi intención nunca es idealizar el pasado. Como dijo Limonov: el pasado es una mierda, y además hay muchísimo. No me gustan las novelas melindrosas que miran a la infancia con lentes de color de rosa.
-¿Sigues visitando el Polígono?
Voy al Baix Llobregat a menudo. A ver rugby, a ver a mi padre (las dos cosas suelen ir juntas), a pasearme por el entorno fantasmal de Playafels, a beber con amigos. Pero ya no vivo allí y, si puedo evitarlo, no volveré. Me fui a los 22. Soy del Baix y ya no soy del Baix. No encajo en ningún lado (lo cual, por otra parte, es casi un requerimiento laboral para un escritor: la alienación permanente).
-¿Cómo habría cambiado tu vida si no hubieras tenido éxito con la literatura?
Como el resto de mis amigos, no tenía la menor esperanza respecto al futuro y creía que no haría nunca nada de provecho. El No future no era solo un apotegma molón, para nosotros. Me inculcaron que tenía que buscar un trabajo cualquiera, vaya, y el entorno lo confirmaba. Durante una época estuve decidido a conformarme con tener una vida profesional de mierda, y sobrevivir espiritualmente a base de discos y libros. Pero sé en mi fuero interno que jamás habría podido hacerme a ello. Si no llego a publicar, me habría ido a la marina mercante, o a Australia, o algo así. Lo de tener una vida normal no estaba en mi ADN.
-¿Crees que muchos lectores se habrán sentido identificados con algunos de tus personajes?
Lo creo y lo sé. Siempre me lo han dicho de un modo muy franco, mis lectores. La gente se identifica con personajes, pero también con un cierto mundo, una época y una clase social. No hay tanta gente que hable sobre ello. Ni tanta que lo lea, a decir verdad. La gran tragedia de todo esto es que escribo sobre una clase social y un mundo (extrarradio industrial del delta, clase obrera violenta) que no lee mucho (estadísticamente hablando). Si escribiese sobre artistas de clase media, o sobre la Guerra Civil, o sobre cuestiones de género, tendría un público potencial más amplio. Pero uno no escoge su mundo literario.
-¿Has planificado de alguna manera tus novelas en función de presentarla en algún concurso literario? Para más señas, ¿te has visto con posibilidades de ganar algún día el Premio Herralde de novela?
Los premios en este país son, cuanto menos, cuestionables. No creo que proporcionen prestigio (exceptuando el Herralde), solo dinero y ediciones en tapa dura. En todo caso, ya tengo más prestigio del que jamás imaginé. Me tiré bastantes años en curros de mierda: todo esto ya es un sueño. Supongo que me presentaré a algún premio algún día, pero sabiendo que tengo el zeitgeist en contra. No escribo sobre lo que interesa en este momento: ruralidad, metaliteratura, cuitas de género, literatura del Yo… Tengo el “target”, como diría un publicista, completamente desviado.
-¿Se han encariñado algunos de tus lectores o amigos con el personaje principal de tu última novela?
Sí. Y no hay para menos. Curro te rompe el corazón. Y también te parte el pecho. Está hecho para eso.
-El personaje de Curro tiene que lidiar con la locura y la familia. Además, sufre numerosas disfunciones y vive en un polígono. Al final se vuelve en un momento agresivo. Ese Curro que sueña con ser normal. ¿No nos sentimos todos raros sin necesidad de padecer ninguna enfermedad?
La normalidad siempre me ha eludido. Todas mis novelas siempre giran en torno a la rareza, solo he ido cambiando la mirada. En Rompepistas se miraba la rareza con orgullo bélico. En Antes del huracán se explicita un deseo desesperado de normalidad. Pero difiero en que todo el mundo es raro. Marcar diferencias, sentirte único, es una patología común en la raza humana. Tu genoma quiere aullar que no eres como los demás. Pero mucha gente es normal: lo sé porque les he visto. Y son mayoría. Gente centrada, estable y que mide sus vínculos afectivos con sensibilidad y conocimiento. Lo que sucede es que les encantaría no serlo. Todo el mundo quiere estar “loco”, pero sin el dolor. Ser un poco rarito, pero molón. Nadie quiere ser el aburrido estable de la fiesta. Es curioso: a los que sí somos raros nos encantaría ser normales. Pasar desapercibidos. No tener visiones inclementes de violencia y rencor. Perder la membrana de separación. Pero somos incapaces. Parte de la pena de mis novelas viene de allí. De esa separación y alienación involuntaria.
Carles
Carles estudió Historia e Historia del Arte en la Universitat de Valencia. “Después de algún que otro empleo de pacotilla y de ir basculando e intentando que mi vida tuviera sentido, pasé a formar parte de un proyecto magnífico como el de la Fundación Manantial, un periplo en el que tengo que agradecer un trato y una comprensión jamás vistos en mi vida. En Manantial he participado de los cursos de orientación laboral, el programa de radio ‘La Voz de Nadie’, el ‘Espacio de Encuentro’ y, finalmente, la revista ‘La Voz de Nadie. Habla’.
Hace poco realicé un curso de escritura creativa. Desde que empecé la Universidad hasta hoy, me he convertido en un lector voraz que nunca tiene suficiente. En menor medida soy algo cinéfilo, pero la literatura me tiene ocupado casi todo mi tiempo libre”.
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