Blog Fundación Manantial
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04/03/2020
Fotografía: Revista Librujula
Gustavo Faverón Patriau (Lima, 1966) es doctor en literaturas hispanas por la Cornell University y actualmente trabaja como profesor asociado en Bowdoin College, Maine, donde dirige el Programa de Estudios Latinoamericanos. Es autor del libro de Historia Rebeldes (2006) y del libro de teoría literaria Contra la alegoría (2011). Como periodista, ha sido editor de la revista Somos, del diario El Comercio, y ha escrito en revistas tan prestigiosas como Cuadernos Hispanoamericanos, Revista Hispánica Moderna, entre otras. Es director de la revista académica Dissidences: Hispanic Journal of Literary Theory. Desde el 2005 hasta el 2011 administró el blog Puente Aéreo, considerado por el diario español ABC como el más influyente de Hispanoamérica. Vivir Abajo (2019) es su última referencia, un relato de horror, un misterio policial, una historia hecha de mil historias y una crónica de viajes por los territorios de la locura y el espanto. Hace unos días me puse en contacto con Gustavo Faverón para enviarle una breve entrevista, el resultado se puede leer a continuación.
Muchos han relacionado Vivir abajo (Peisa, 2018; Candaya, 2019) con la obra póstuma de Roberto Bolaño. Creo que no soy el primero que vincula tu última novela con 2666 (Anagrama, 2004), una obra crucial para toda la literatura contemporánea en castellano. Tal vez estaría mejor relacionarla con su otra novela Los detectives salvajes (Anagrama, 1998). ¿Consideras que se te ha hecho justicia con esta comparación?
Me parece justo que se señalen las semejanzas y además, de mí parte, me parece justo señalar la deuda, porque yo soy consciente de que mi literatura está escrita en una zona aledaña a la que ocupa la literatura de Bolaño, y porque la mía habría sido muy distinta sin la suya. Y sin embargo, al mismo tiempo, yo creo que la influencia que recibo de las novelas de Bolaño es comparable a la que recibo de Jorge Luis Borges, de Harry Mulisch, de Juan Rulfo, de Clarice Lispector, de César Vallejo y de Mario Vargas Llosa, cada uno en aspectos diferentes, claro. Por otro lado, ya más subjetivamente, a mí me fascina 2666, no tanto así Los detectives salvajes; y creo que el mejor Bolaño está en Estrella distante, Nocturno de Chile y un cuento que no mucha gente recuerda, llamado “El Ojo Silva”.
¿Quién crees que puede ser el destinatario en general de tu filosofía (por no decir otra cosa)? ¿A quién va dirigida si es que ésta pensada para alguien en concreto?
En verdad, mientras uno escribe, la imagen que uno tiene de su lector es unas veces extraordinariamente borrosa e indeterminada (un lector abstracto, capaz de descifrar por arte de magia las cosas que uno está colocando en el texto) y otras veces es extraordinariamente concreto: una persona, un amigo, un fantástico doble de uno mismo, una némesis. En términos más generales, yo quiero pensar que puedo escribir ficciones para ser leídas dentro y fuera de América Latina y que pueden tocar a dos tipos de individuos: los que han pasado por una vida llena de obstáculos, pequeñas derrotas, pequeños o grandes dolores, insuficiencias, pavores, pérdidas; y por otro lado los que no habiendo pasado por esas cosas, o no estando marcados por cosas así, están dispuestos a ingresar en esos mundos ajenos y establecer un puente de empatía hacia los demás. Todo esto, además, considerando que mis libros, sobre todo Vivir abajo, piden un lector dispuesto al humor, dispuesto a encontrar un giro de humor como una forma de darle una dimensión adicional a su comprensión del mundo, aunque sea un mundo por momentos oscuro. Sin duda, mientras que El anticuario, mi novela anterior, pedía lectores un tanto academicistas, Vivir abajo es más una novela para todo el mundo.
¿Crees que tu novela ha sido acogida por público y crítica de la misma manera?
La opinión crítica ha sido abrumadoramente positiva, en España han llamado a la novela “obra maestra” varias veces, le han dado mucho espacio en la prensa y la han colocado en muchas listas de los “mejores libros” del año. En general, mis libros, en el mundo hispano y en otras lenguas, han tenido siempre una especie de bienvenida por consenso de parte de la crítica. El hecho de que, en el mundo hispano, yo prefiera publicar con editoriales pequeñas e independientes, como Peisa en Lima y Candaya en Barcelona, hace que la distribución, la publicidad, la promoción, tengan más limitaciones. Y sin embargo, en apenas unos meses, ya está circulando la tercera edición de Candaya, lo cual es todo un éxito. Yo diría además esto: por las redes sociales y otros medios me doy cuenta de que al público que llega al libro, parece encantarle, y a mí me gusta mucho esa relación.
En Rockdelux (Enero 2020) una revista de música, entre otras cosas, sitúan tú novela en cuarto lugar, entre lo mejor del año, justo por debajo de la última ganadora del Premio Nobel, Olga Tokarczuk, de la cual se ha publicado recientemente en castellano su novela Los errantes (Anagrama 2019). ¿Tiene constancia de que ha sido igualmente acogida su novela por diversos medios tanto escritos como de otra índole?
Es una experiencia muy especial ir reconociendo la manera en que un libro de uno va siendo reconocido, leído, interpretado en diversos países y en diversos contextos. La recepción a través de medios como El País, El Confidencial, El Mundo, Letras Libres, Arcadia, Suburbano, Semana, Otra Parte, Hueso Húmero, El Cultural, Buensalvaje, El Correo, El Cultural, Babelio, Zenda, Letras Corsarias, Pliego Suelto, etc., incluyendo en varios de esos casos menciones en las listas de fin de año, como el ranking de los 50 mejores libros del año de El País, que es una referencia para muchos lectores en otros países, siempre es halagüeña, sobre todo en el caso de un libro que no ha sido publicado por ninguno de los grandes grupos editoriales.
Vivir abajo (Candaya, 2019) no es una novela para todos los públicos, es torrencial como lo pudieran ser Thomas Pynchon o David Foster Wallace en su época. ¿Es una novela dirigida a la intelectualidad o está más en consonancia con la literatura experimental de último cuño?
Yo francamente sí creo que es una novela para todos los públicos. Con esto no quiero decir que sea el tipo de novela que todo el mundo tiene en mente comprar cuando entra en una librería, sino que creo que un lector no acostumbrado a las novelas con aspiración de originalidad e incluso rasgos de experimento, puede de todas maneras acabar capturado por la simple vivacidad de una historia y la sensación de cercanía que, creo, producen los personajes. Por otro lado, claro, Pynchon o Wallace no han vendido nunca tanto como un Stephen King, pero tampoco son dos escritores elitistas que solo sean leídos en conciliábulos secretos por un grupito de iniciados. Son escritores con cientos de miles de lectores. A mí me gustaría pensar que en el mundo hispano podemos volver a tener libros que sean muy vendidos sin renunciar a la calidad y la osadía y el experimento. Ya ocurrió en los años del boom y también sucedió con Bolaño, claro. Y con Borges, aunque tarde.
He leído por ahí que tu obra es ‘una historia subterránea de la América Latinoamericana’. Los personajes son ‘torturadores y enajenados’. ¿Cómo cree que se sienten las personas que leen tú último libro y que han vivido en sus carnes la dictadura y la violencia intrínseca?
Bueno, yo he vivido una dictadura, y aunque no he sido secuestrado ni torturado ni nada semejante, aunque no he sido una víctima de esas, de las que realmente sufren en pasajes históricos como esos, sí he sido el editor de una revista de oposición durante una dictadura criminal, cuyo jefe de estado se encuentra hoy en prisión por crímenes contra la humanidad, y tengo una cierta experiencia de vivir incomodado por un régimen, de maneras cotidianas y objetivas. Yo siempre que me acerco a temas tan delicados como los de la tortura, trato de hacerlo de dos maneras, o teniendo dos cosas en cuenta: por un lado, el poder que tienen esos pasajes y esas escenas (y esos temas) para encapsular grandes cantidades de significado, para transmitir una vastedad de emociones, casi provocar una crisis de emociones, es decir, pienso en la capacidad literaria de asuntos como la tortura o la violencia misma; por otro lado, pienso en el hecho de que el libro puede caer en manos de gente que, de hecho, ha sido víctima directa de esas cosas, y esa es una gran responsabilidad, y uno no quiere que esas personas sientan que su experiencia ha sido trivializada por un tipo que solo quiere contar una historia divertida; uno quiere que sientan que su experiencia está de alguna manera al menos evocada con respeto dentro de la ficción.
Este tipo de literatura tan expansiva suele ser muy contagiosa una vez se le da rienda suelta a la imaginación. ¿Crees que si no lo está siendo ya, tu libro pase a formar parte de la posteridad de la literatura universal?
No estaré para verlo, en todo caso, así que mejor me despreocupo del asunto y pienso en el libro que estoy escribiendo ahora.
El otro referente que se baraja a la hora de valorar tu último libro es Borges. Una sombra tan alargada como la del escritor argentino, puede en un principio ser un referente incomparable, pero su literatura siempre ha apelado a la capacidad intrínseca de la memoria. Usted ha combinado la capacidad de recopilar multitud de información, con la de dar rienda suelta al relato en su imaginación ¿Hasta qué punto se ha concedido libertades a este respecto?
Me he concedido muchas libertades. De hecho, parte de mi modo de escritura para esta novela fue tratar de confiar tanto como me fuera posible en mi memoria de la historia (de los hechos de la historia de las Américas) sin tratar de confirmarla mucho en los libros, porque uno de los temas de la novela es la memoria misma, y la desmemoria, y la forma en que las memorias discrepantes de un mismo hecho van creando relatos distintos que con el tiempo se convierten en realidades distintas. Por eso me pareció interesante forzarme en ciertos pasajes a contar desde mi propia memoria, y no desde el archivo. Para ver si eso podía potenciar la impresión de fragilidad de la realidad o de fragilidad de nuestra relación con la realidad a través de la memoria. Por supuesto, en muchos casos sí necesité del archivo y la confirmación de datos, sobre todo en los pasajes en que el argumento se acerca a zonas turbulentas, que comprometen la humanidad y la dignidad y la historia real de víctimas reales, como los breves pasajes de la novela en que se habla de los centros de detención y tortura en el Chile de Pinochet, por ejemplo. Pero la relación entre la ficción y la historia, creo yo, siempre debe conservarse un poco en tensión, uno no puede pensar en la novela solamente como representación de la historia, así como uno no puede pensar en la historia solo como una excusa para fantasear: la historia y la literatura se escriben una a la otra, se escriben mutuamente, y por eso, cuando fabula, un escritor debe recordar que, en ese momento, en el momento de la escritura, se encuentra en ambos lados del espejo.
Carles
Carles estudió Historia e Historia del Arte en la Universitat de Valencia. Con el tiempo y algún que otro vaivén, “pasé a formar parte de un proyecto magnífico como el de la Fundación Manantial, un periplo en el que tengo que agradecer un trato y una comprensión jamás vistos en mi vida’’. Ahora, en el Centro de Rehabilitación e Integración Social de Vila-Real, ha participado en los cursos de orientación laboral y FOL, el programa de radio ‘La Voz de Nadie’, la revista ‘La Voz de Nadie. Habla’, entre otros.
[…] Fuente: Fundación Manantial […]