Llegó hace 22 años acorazada en sueños de papel. Madrid se le antojó hosco, gris, impersonal. Después de un tiempo, se aproximó a la urbe que abrazaba y reflejaba un rostro tal vez más amable.
La mole de cemento gris albergaba ilusiones, espacios comunes, personas afines. Compañeros de batalla despiertos, ágiles, cercanos.
Poco a poco, comprendió que la Victoria de hoy no es la de ayer y no será la de mañana.
A pesar de los sinsabores, de estas cárceles improvisadas y de aquellos barrotes invisibles. A pesar de los pesares, continúa mirándose al espejo casi a diario. No pretende atisbar sus bellezas, sino más bien sus fragilidades, las aristas por limar, las imperfecciones imperceptibles.
Aun así, comprende que cada día aparecerá una nueva debilidad, tal vez un mar de lágrimas por aquellos que se van, habiéndose dejado la piel en la lucha, o un viento del norte que le recuerde que ahí afuera sigue palpitando vida: la vida.
Entiende que en ella habitan dos polos que se atraen y se repelen. Positivo y negativo. Ying y yang. Dulce y salado.
Mañana, quién sabe. Por el momento, pone punto y seguido. O mejor aún, unos puntos suspensivos para agregar o tachar. No vaya a ser que se olvide de mirarse al espejo.
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