Blog Fundación Manantial
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15/05/2020
Una vez más los profesionales de la intervención social hemos visto nuestro método y dinámica de trabajo modificado por las circunstancias sociales, económicas y políticas de nuestro país. Una vez más, nos hemos reinventado y hemos adaptado nuestras herramientas de trabajo, las personales, las grupales y las institucionales a la coyuntura actual.
El cierre de los centros, lleva consigo la inevitable pérdida de los espacios de encuentro formal e informal que allí se generaban, siendo éstos para muchos de los usuarios los momentos de mayor interacción social. La atención presencial y grupal ha sido relegada, temporalmente, a intervenciones telefónicas en su mayoría. Seguimientos y acompañamientos virtuales para sostener, apoyar y dar continuidad al trabajo personal e individualizado de cada uno de los usuarios. Se han ido transformando los vínculos e inevitablemente se han sometido a la horizontalidad, al menos en un sentido, la persona que está al otro lado del teléfono o la pantalla está en la misma situación de encierro que nosotros, con cualquier persona que hablamos lo está. La pantalla nos ha puesto a todos en el mismo ámbito comunitario: la soledad, la frustración, la incertidumbre, el miedo… Ahora que podemos sentir más empatía por el otro, sentirnos más cercanos, ahora es la oportunidad de generar lazos y apegos basados en el sentir comunitario, en lo común, lo que compartimos es lo comunitario.
Los centros de atención social tienen la finalidad de promover la inserción social y laboral, ofrecer apoyo y acompañamiento en las diferentes esferas de la vida de la persona, favorecer las relaciones, fortalecer los vínculos. Intervenciones que se asientan en un paradigma que toma el concepto de salud como algo lejano al de “ausencia de enfermedad”. Trabajamos en la comunidad, con una mirada integradora y participativa en los contextos sociales que nos rodean, una mirada alejada de las épocas manicomiales, donde los tratamientos se basaban en el aislamiento y la contención, donde el encierro era la primera medida de intervención comunitaria. Los locos, históricamente han sido considerados un peligro social, tal y como somos considerados todos nosotros ahora. El estado de alarma sanitaria nos considera a todos parte del problema y de la solución. Una idea que, bajo mi punto de vista, podría ser la base del trabajo comunitario, una idea que desmiente el “ellos” y el “nosotros” y nos responsabiliza a todos por igual. Podríamos pensar entonces que estamos ante un escenario perfecto para redefinir conceptos y metodologías, para pararnos a pensar en cómo hacer partícipe a la comunidad, como despertar el sentimiento de pertenencia, aceptación y responsabilidad común y pensar en el poder transformador de la participación social.
No podemos obviar que esto es una oportunidad para evaluar las capacidades personales, sociales y familiares de los usuarios. Tenemos que reflexionar sobre cómo están siendo resueltas las cosas en cada caso, debemos aprovechar el momento para descifrar fortalezas, recursos personales que se están poniendo en práctica. Acompañar a la persona para que reflexione e identifique todas estas aptitudes positivas que están surgiendo en estos momentos.
Por otro lado, en nuestros equipos, nos quedará la difícil tarea de reflexionar sobre el trabajo previo ¿qué hicimos antes que les sirvió como herramienta?, ¿qué ha pasado durante este tiempo, qué se ha logrado, qué se ha perdido? ¿Cómo hemos trabajado, favoreciendo el desarrollo psicosocial o el asistencialismo? Y, por último, con todo esto ¿cómo vamos a trabajar a partir de hoy?
Este proceso por el que estamos pasando, acabará y nos dejará un gran trabajo en el “a partir de hoy”. La intervención comunitaria debe ir cambiando de vagón, es posible que nuestro trabajo no deba tener puesto el foco de atención, prioritariamente en los usuarios, sino también en el resto de la comunidad. Dicha intervención, no debe ser realizada exclusivamente por los “profesionales”, las personas con las que trabajamos se han convertido en expertos por experiencia de la realidad social actual, muchas de las ellas ya han vivido en situación de aislamiento, bien por los propios síntomas, malestares o sufrimiento que han podido padecer, o bien por haber sido excluidos en sus círculos sociales. Por tanto, deben ser parte de este cambio, agentes activos de intervención y participación socio comunitaria. No podemos desaprovechar la ocasión que brinda este momento social para trabajar la concienciación, el acercamiento y la sensibilización de la población en todo lo que atañe a la “salud mental”, sobre los “padecimientos psíquicos”, “las enfermedades mentales”, “los diagnósticos”, en crear una comunidad más fortalecida, diversa e integradora. Parece que ahora que la población pudo sentir en sí misma qué fue estar aislado, sin trabajo, sin contacto físico, con miedo, ahora es el momento ideal para comunicarnos con ellos.
Sara de Cos.
Compañera y colaboradora en diferentes grupos, movimientos y organizaciones de Salud Mental en Latinoamérica y España.
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