Blog Fundación Manantial
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23/04/2020
Los días pasan con pesadez en este encierro, son momentos difíciles que todos atravesamos y cada uno tenemos que construir algo con este letargo forzoso que nos ha impuesto la vida.
Vivo en un pequeño piso de cincuenta metros con mis dos hijas, la mayor tiene casi catorce y la pequeña 9, llevamos encerradas juntas desde el 11 de marzo, día en que se suspendieron las clases.
Vivo con nostalgia del ruido, pero tratando de escuchar lo que este momento nos está diciendo en ese brutal silencio que se abre paso.
Me he tenido que retirar del ruido de las noticias que me llevaban al precipicio y a un estado de terror continuo con el que no podía vivir, buscando refugio en mis amigos, tomando café por videollamada con amigas y tratando de resguardarme de todo el exceso que me daña y que por mucho que intento no puedo elaborar.
He vivido con cierto desconcierto las exigencias escolares de mis hijas que se me tornaban incomprensibles en estos momentos de pandemia que sufre la humanidad, nos llegaba continuos mensajes de que el ritmo escolar no debía parar, que había que continuar con normalidad. Y yo cada día me preguntaba cuál era el sentido de esa exigencia, el ritmo escolar no debe parar en un mundo que sí ha parado, la gente muere en los hospitales sin posibilidad de decir adiós a sus familias, pero los niños deben vivir ajenos a esta realidad, no lo entendía.
Veía los deberes de mis hijas y eran toneladas de deberes absurdos, ninguna tarea significativa, oportunidades desaprovechadas de aprender de lo que nos enseña este momento, porque también hay un aprendizaje de esta amenaza, un camino que debemos recorrer.
He visto a mis hijas llorando de la carga de tareas, cada noche acostándose a las 11 de la noche y he pensado que la propuesta de este sistema educativo es totalmente delirante, al final he dicho basta, he hablado con los tutores y he dicho no, desde entonces estamos tranquilas.
Mis hijas me están enseñando muchísimas cosas, me enseñan civismo y solidaridad, llevan 22 días en casa sin salir, en una casa con apenas espacio y todavía no me han dicho ni un sólo día que quieren o necesitan salir. Ellas entienden que se tienen que quedar en casa para proteger la salud de los más vulnerables y no protestan. Han cambiado su forma de reaccionar, se pelean menos, no protestan por la comida y me ayudan en todo lo que necesito y lo hacen sin pedir nada, siento que los niños nos dan lecciones de vida increíbles pero muchas veces no les prestamos atención, ni siquiera vemos el esfuerzo colectivo que está haciendo la infancia, esa infancia invisible confinada en sus hogares.
También he necesitado darle un poco de sentido a este encierro, estoy colaborando como voluntaria en un dispositivo de atención psicológica para sanitarios desbordados emocionalmente por la durísima labor que están realizando, estoy en la coordinación de las derivaciones a los terapeutas que les atienden on-line y acojo la demanda de los sanitarios.
Quizá esta labor, el estar haciendo algo por otros, aunque sea algo tan pequeño me hace ser un poco útil en este caos y eso me ayuda a vivirlo de otra forma, a vivirme yo de otra forma.
Hoy hemos reanudado también un proyecto que llevo a cabo en el Centro de Salud Mental de Hortaleza, nuestros talleres de lectura, he grabado vídeos para que les lleguen a los pacientes y poder acompañarles un poco en este trance, crearemos un grupo de WhatsApp para que podamos hablar, tratando de generar una red que sostenga.
Cuánta necesidad de sostenernos unos a otros, de crear redes que nos protejan de la soledad y el miedo, redes de palabras que nos permitan salir a flote.
Pienso mucho que esta experiencia traumática debe servirnos para aprender, creo que es una forma de que los supuestamente sanos puedan entendernos un poco a las personas que sufrimos problemas de salud mental, ahora pienso que pueden entender un montón de emociones y fragilidades que nosotros hemos sentido en muchos momentos de nuestra vida.
Ahora todos sabemos lo que es estar angustiados, sentir miedo y vulnerabilidad, sentir el peligro acechándonos, en este tiempo en que estos afectos los compartimos todos y son universales.
También pueden entender qué se siente cuando se está encerrado y privado de libertad y que eso de ninguna forma puede ser un acto de cuidado hacia alguien, sino una violencia, pocas personas se habrán sentido bien con esta imposición de no salir de sus casas y eso les permitirá tener empatía con las personas encerradas en un psiquiátrico.
Ojalá esto nos haga mejores, como personas y como sociedad, ojalá aprendamos a cuidarnos unos a otros, aprendamos que todos en un momento dado podemos estar en peligro y necesitar de otros que nos sostengan y nos cuiden.
Ojalá aprendamos que la salud mental importa, que sin ella nos sentimos a la deriva y en peligro, hoy es un peligro exterior pero mañana puede ser un peligro interior que nos aceche.
En medio de todo esto, también he vivido actos de generosidad inmensos. Una chica china que estuvo viviendo en mi casa el año pasado, al ver la situación de España, me ha enviado 180 mascarillas de protección para que las repartiera entre mi gente y que yo he repartido entre sanitarios que estaban sin protección en sus Centros de Salud Mental.
También pasan cosas buenas, sólo necesitamos de la mirada para poder leerla.
Silvia García
[…] Fuente: Fundación Manantial […]