Blog Fundación Manantial
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01/10/2018
Me llamo Rafael Alonso y llevo más de la mitad de mi vida yendo a Salud Mental. Creo que he aprendido poco, sobrevivido mucho y vivido muy poco. Supongo que cada persona en esta vida está por algún motivo en concreto, aunque no sepamos muy bien identificar el porqué. Hay muchas veces donde todo se ve oscuro. Te adentras en un túnel del que te ves incapaz de salir. Es como si tu cuerpo estuviera encadenado a las malas ideas de tu cerebro. La vida pierde las tonalidades de sus colores y se vuelve totalmente oscura. La vida en blanco y negro es mejor para las películas románticas o para el cine de los años dorados de Hollywood. Creo que hay personas que nacen y decididamente caminan, mientras que otras se preguntan el por qué han nacido. Es como si uno estuviera en medio de un océano: por delante, nada más que un horizonte azulado, donde uno no acierta a saber qué hay. Hacia atrás, un montículo de tierra al que ya no podemos regresar. La vida comienza con llanto y termina con llanto. Aun así, tanto Tierra como Hombre somos tres cuartas partes de agua, por tanto, que sea dulce o salada, forma parte de nuestra lucha constante. Más de una vez he pensado en la muerte, y más de una vez la propia ansiedad me invadía impidiendo continuar, lesionando mi cuerpo a base de pastillas o cortes. Pocas veces puedo decir que haya querido morirme de verdad, aunque a veces el dolor sea tan fuerte que crea que ni el mismísimo demonio podría con él.
Como emocionalmente no suelo encontrar equilibrio, esto ha afectado a otras facetas de mi vida. A nivel relacional me cuesta querer abrirme a las personas, porque tengo tendencia a pensar que poco tengo que ofrecerles. Con las parejas me ocurre lo mismo. Supongo que la falta de una continuidad laboral hace que la autoestima de uno se resienta. La tendencia al abandono se convierte en un acto de costumbre y poco a poco va invadiendo no solo el trabajo, sino cualquier otro campo en el que una pequeña dificultad la ves como un gran mundo.
Hace dos años que volví a tener problemas en el trabajo. Tuve que estar de baja mucho tiempo. Distintos ingresos hospitalarios fueron el colmo del vaso de la paciencia de mi pareja, que optó por dejarme. No solo perdí a mi pareja, también la casa donde vivía, los perros que tenía (tuve que buscarles una familia; fue algo muy doloroso), el estar todos los días con mi hijo (ahora tengo una régimen de visitas por “inestabilidad psicológica” de tan solo quince horas cada quince días). Y, en medio de todo esto, el divorcio de mis padres un año después de volver a su casa.
Así pues, el sentimiento de fracaso, de no servir para nada, es una mochila con la que vivo cada día. Y aunque alguna vez haya tenido cosas por las que me han felicitado, al no tener una recompensa económica, de poco han servido de cara a mi familia o a las personas que están más cerca. Es como si en esta vida una persona sin trabajo fuera una persona inútil. Pero existen un montón de trabajos que no son recompensados económicamente. Hay mucho esfuerzo cuya gratificación es la de ver bien a la otra persona. Ser padre te hace ver lo mucho que tus padres han hecho por ti. Estamos en un mundo donde parece que lo que más cuenta es lo que más vale y, sin embargo, la vida nos ha sido regalada. No cuesta nada el decir un “buenos días”, un “gracias”, o un “adiós” en una despedida. No cuesta nada intentar ser un poco amable con el otro, ponerse en su lugar, mostrar algo de empatía. Claro que es más fácil una crítica despiadada que intentar solucionar los problemas de uno mismo. No solemos pensar como especie, y nos matamos a nosotros mismos. No solemos pensar que venimos de un mismo punto y que, en cierto sentido, todos formamos parte de esa esencia que dio origen al Big Bang, que todos somos uno, que en cierto sentido formamos parte de una sola familia. Da igual que ese punto fuera creado por el nombre del Dios que quieras creer, si es que crees en uno, porque, haya o no algo más allá de la energía que envuelve todo, lo importante es que busquemos no lo que nos diferencia sino lo que nos une.
Tras dos años de baja, con la esperanza aguardando en un rincón, dormida, a que una vez más sea despertada, alce sus alas y deje la miseria a un lado, fuera del alcance de las manos, allá donde las tinieblas no tienen sentido. Busco en este Centro de Rehabilitación Laboral encontrarme de nuevo, así como encontrar partes de mí no descubiertas, porque aún no quiero tirar la toalla. No, la campana no ha sonado, y como Rocky, con esa mirada de Tigre, con esa mirada del que no tiene nada que perder, salir a competir es más sencillo. Lo mejor, y lo peor, es que la lucha siempre es con nosotros mismos.
Si seguimos en esta Tierra es por algo. Me niego a pensar, a creer, y de hecho, lo digo porque lo he vivido, que haya solo sufrimiento. Me niego a pensar que por haber nacido con unas características concretas no pueda aportar nada a este mundo. Darwin dijo que las especies mejor adaptadas al medio son las que sobrevivían con el paso de los años. Estas especies que sobrevivían era a base de cambios, pequeños cambios a los que Darwin no supo dar explicación, y al que su antecesor Lamarck, decía que eran por una cuestión de “uso y desuso”. Hace años se sabe que es la genética la que da esos cambios. Y quizá la mejor forma de verlo no es como algo que nos limita, sino como una prueba más de lo únicos que somos cada uno de los seres humanos que formamos este mundo. Podemos ver nuestra enfermedad como una condena o pensar que si somos así es porque hemos sido dotados con unas cualidades excepcionales para muchas cosas, que nada en esta vida sucede por casualidad, que somos tal y como tenemos que ser por algún motivo, aunque no sepamos decir cuál y que es mejor que empecemos a mirar nuestros aspectos positivos que los negativos. Como dicen en la película “Cadena Perpetua”: “Todo se reduce a una elección: luchar por vivir o luchar por morir”.
Gracias al CRL “Parla” por animarme a que luche por vivir, por ayudarme a que vea mis aspectos positivos, por no dejarme pensar que no sirvo para nada y querer fomentar mis puntos fuertes y valía.
Gracias.
Rafael Alonso
Fotografía: © Antonio Carralón
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